LA SAL DE LA VIDA
Ricardo Roa
Todos los días son buenos para hacer un balance. Pero por
alguna razón los fines de año se prestan mejor para repensar lo que uno ha
hecho y apuntar al futuro.
Santiago Kovadloff, tipo claro e inteligente como pocos,
anduvo rondando el asunto en La Nación. “Nacemos dos veces y lo ideal es no
perder la vida más que una”, tituló la nota que es una invitación a un viaje
interior.
Intento una síntesis imperfecta: se nace de los padres y
se nace otra vez con nuestros proyectos si “ese privilegio está a
nuestro alcance”, dice. Y me gusta pensar así.
Morir en la ejecución de un proyecto sería otro privilegio.
Pero descartado el suicidio, no es cosa enteramente nuestra: no basta con
desear cómo partir de este mundo para que eso se cumpla.
A los 75, este Kovadloff siempre pensante y diciendo lo que
piensa, se mueve a sí mismo y mueve a otros. Nuestra fecha de vencimiento está
abierta y está cargada de incertidumbre. Eso alivia: sería intolerable
saber todo sobre nuestro destino. Pero también angustia.
Lo único que sabemos es que vamos a morir aunque podemos
trabajar para afrontar lo que queda de la mejor manera posible. La vida
es lo por venir, no lo que fue. Lo que fue naturalmente existe. Pero lo que
nos hace vivir y querer la vida es el futuro y el futuro se construye con
proyectos.
Por lo que me toca, pienso en vivir unos cuantos años más y
vivirlos lo más intensamente que me sea posible o que yo lo haga posible. No se
trata de pura permanencia ni de durar más años de los que se logren vivir.
Siempre con proyectos y ninguno necesariamente ambicioso:
sólo proyectos que alimenten expectativas y puedan mantener vivos los deseos y
las emociones.
Ahí está buena parte de la felicidad, que es la sal de la
vida. En lo que se nos ocurre para hacer que ocurra: ideas y
pensamientos más la voluntad de realizarlos. Cosas que no tienen por
qué ser grandes cosas. Hay quienes persiguen cosas más importantes que
ellos. La felicidad puede estar en lo pequeño.
Kovadloff habla de la felicidad sin nombrar la felicidad
cuando habla del amor a una mujer que aún lo conmueve, de su amor por la música
y por la enseñanza y de su vocación de escritor. Quisiera agregar: la felicidad
no como una búsqueda personal sino de aportar felicidad a los que nos
rodean.
La propia felicidad en la felicidad de los que están con
nosotros. No hay un tutorial para eso. Nada que indique cómo vivir y ser
feliz. Cada uno hace su búsqueda.
Para Woody Allen “la vida suele cambiar a peor”, metiendo
una especie de ley de Murphy en el sentido de que si algo puede salir mal,
saldrá mal. Dos ironías que como ironías tienen algo o bastante de cierto. Pero
“mientras todo esto dure siempre es mejor ser feliz que desgraciado”,
agrega.
Después de cierta edad uno tiende a pensar en el fin. En nuestro
propio fin. Hay una sensación de angustia frente a la muerte y también una
plegaria explícita o tácita: no sufrir, no caer en las tinieblas,partir con
dignidad. Kovadloff lo dice claramente y con poesía: “Lo que no
quiero, lo que temo justamente, es que la muerte se olvide de abrazarme cuando
ya no pueda vivir como vivo”.
Llegar al fin consciente. Vivo hasta el instante mismo de la
muerte. No perder la vida ni por un momento aunque sea el último momento. No
perder la vida es seguir buscando, contra viento y marea, la felicidad. Esa
búsqueda hace feliz la vida.
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