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Es un tema del que nos cuesta hablar y al que nos incomoda acercarnos pero que todos hemos tenido que transitar alguna vez. Atravesar un duelo conlleva un trabajo que muchas veces es incómodo o angustiante, implica reacomodarse y reubicar emociones y afectos personales.
En la siguiente entrevista, la Dra. Sonia Kleiman1, del Instituto Universitario del Hospital Italiano, nos cuenta sobre la importancia de darle lugar a la tristeza, al dolor que provoca una pérdida. Una nota que puede ayudarnos a reflexionar sobre nuestros duelos y acompañar mejor a familiares y amigos.
- ¿Por qué tiene un significado tan negativo el duelo?
- El proceso de duelo no debería tener siempre una connotación negativa. Tendría que ser experimentado como un tiempo de trabajo que – frente a una pérdida – le hace un lugar a lo emocional, a las penas, a la tristeza.
Muchas veces queda asociado a la depresión, pero eso es algo también cliché. Así como la alegría, es importante que la tristeza y la pena tengan un lugar en nuestra vida. Me parece que están muy denostadas las situaciones que tienen que ver con nuestro lado más emocional, que son parte de la vida de las personas. Los duelos requieren tiempo y actualmente vivimos a un ritmo vertiginoso.
- ¿Por qué está mal visto sentirse triste o angustiado frente al duelo o la pérdida?
- En este mundo tan consumista y exitista que vivimos parece ser una obligación sentirse bien todo el tiempo y esconder lo que sentimos cuando no es alegría o bienestar. Parece que no hubiera que contar si estás triste, si estás enfermo, no mostrar lo que algunos llaman “vulnerabilidades” o “fragilidades”. Como si eso fuera algo rechazable.
Frente a un duelo hay procesos esperables como la falta de hambre o de sueño, situaciones de las que no hace falta salir sí o sí rápidamente. Son modos de tramitar tanto corporal como emocionalmente.
Muchas veces nos dicen “dale, dale, ponete contento”, “vamos, salgamos” pero para los que están atravesando ese trabajo de armar nuevos escenarios de vida, requieren poder penar, un tiempo que no siempre es rápido o igual a como lo viven las personas que amorosamente acompañan. El trabajo de duelo es una experiencia, no hay necesidad de aplacarla o de asustarse.
- El duelo, ¿Es una pérdida?
- Los duelos no se tramitan necesariamente en el momento de la pérdida. Puede ser que aparezca en otra circunstancia, en otros tiempos. La cuestión de las pérdidas es como una versión un tanto melancólica de las teorías. Pareciera que todo en nuestra vida es una pérdida: dejar de tomar la teta, dejar el chupete, los adolescentes abandonando el cuerpo de niños, los hijos dejando el nido vacío cuando se van de casa... Yo creo que no es todo lo mismo, pero suele banalizarse y estereotiparse la pérdida.
- Entonces, ¿Qué se gana en la pérdida?
- No creo que se gane con las pérdidas. Pero es importante pensar que en la vida transitamos por momentos de cambios o movimientos que a veces requieren procesos que se viven como pérdidas. Tomas de decisiones laborales, renuncias, separaciones. Es interesante ver cómo se experiencian las nuevas situaciones. Si uno deja de tomar la teta es porque empieza a comer; si los hijos se van de la casa significa que crecieron e incluso uno puede tener más espacio para hacer reformas en ese lugar (risas).
En los divorcios, el punto de vista está asociado a lo que no pudo ser, al fracaso o catástrofe. Pero, en realidad, todos los procesos tienen la capacidad de ser o de encontrar sus topes, sus límites. Solemos ver su lado más destructivo, pero esto no tiene porqué ser así. De la misma manera que pensamos cómo se construye una pareja, podemos pensar cómo se construye una separación. Si aprendemos a construir una separación, podemos evitar que se convierta en una situación de duelo para la pareja: aceptar los límites, los “techos” puede ser muy beneficioso “para seguir funcionando” y comenzar otros proyectos.
- ¿Cómo aprendemos a transitar un duelo?
- Yo creo que no hay que aprender a transitarlo e incluso que no hay una única manera de hacerlo. El duelo es una experiencia frente a una pérdida muy importante o significativa y lo importante es no quedar en ese momento. Hay que atravesar recuerdos, relatos, entre la pena, la rabia, la angustia. A veces, que una persona se vaya de nuestra vida nos deja sentimientos ambivalentes porque, a pesar de lo mucho que la quisiéramos, eso no quiere decir que no hubiera conflictos.
- A veces parece que todo lo vivido fue negativo ¿Qué pasa con los buenos recuerdos que se pierden?
- Cuando le damos el espacio y el tiempo que requieren, los duelos pueden traernos los momentos compartidos, los recuerdos más agradables que vivimos con nuestras parejas, familiares o amigos. Las parejas suelen pensar que todo lo vivido fue una pérdida de tiempo, pero cuando nos ponemos a pensar, también aparece el “lado B”: cuando se enamoraron, cuando tuvieron hijos, cuando salían juntos. ¿Por qué todo para atrás no valió la pena? Hacer lugar a los momentos conflictivos durante el duelo es tan importante como recordar los chistes, los aromas y los sabores compartidos.
¿Qué me está pasando? El duelo en cinco conceptos claves
La Dra. Kleiman enfatiza en situaciones frecuentes de este desafío.
¿Puedo prepararme? Por mucho que nos preparemos, o que seamos conscientes de que va a suceder, estos acontecimientos siempre son inéditos. Es igual que cuando a uno le preguntan: ¿Qué harías si vienen a robarte? Uno responde sin saber realmente qué va a hacer cuando suceda. Además, algunos duelos requieren de recursos que quizás nosotros no habíamos trabajado o adquirido previamente. Algunas situaciones son importantes como sucesos para nuestra vida porque implican un reacomodamiento de nuestros vínculos, o bien una nueva construcción. Aunque cueste imaginárselo, a veces los llamados duelos, no son tales porque nos reposicionan. Los cambios de circunstancias pueden llevarnos a modificar hábitos en nuestra vida cotidiana que no siempre devienen en problemas.
A veces siento culpa. Este es un legado que arrastramos, sobre todo, de las religiones. Muchas veces hay un sentimiento de culpa por parte del que busca “continuar” con su vida: da culpa olvidar al que se fue, da culpa deshacerse de los recuerdos, de los objetos. En los divorcios sucede algo más complejo porque la culpa se traslada a los chicos y pareciera que todo el problema es lo que van a vivir o dejar de vivir ellos. Pero si los padres saben acompañar, querer y proteger y no se preocupan por inculparse, los chicos van a vivir una vida distinta, sí, pero no por eso tienen que estar mal.
¿En qué fase del duelo tengo que estar? No creo en este tipo de generalizaciones porque entonces sucede que uno se siente casi obligado a evaluar en qué supuesta etapa está la persona que transita el duelo, y esto no ocurre de forma tan lineal. No todo tiene que ser diagnosticado, sellado, etiquetado. Tal vez una persona no empieza su trabajo de duelo por la negación, sino que necesita darle tiempo y lugar a sus emociones, a explayarse. Sí hay “observables” sobre cómo los pacientes absorben y expresan lo que les sucede, pero no creo en ese “caminito” como obligación.
¿Qué pasa si no lo trabajo? No trabajar sobre las pérdidas o duelos puede generar inhibiciones, dificultades u obstáculos a la hora de emprender nuevos caminos y resolver tareas. Cuando algo queda sin procesar no significa que desaparezca, la mente tiene que hacer un esfuerzo y ocuparse de sostener esa situación que no se tramitó. Eso implica que la mente, el cuerpo, no pueden ocuparse de otros proyectos, relaciones y se siente que no se puede “avanzar”. No porque algo no se sienta o no se hable, entonces desapareció.
A veces las parejas que están separándose dicen “vamos a hablar, vamos a hablar” pero no significa que estén escuchándose. Dialogar sobre todo es escuchar al otro y ver que sucede entre ambos en sus diferencias.
A un amigo le pasó. ¿Cómo puedo acompañarlo? Lo importante es no ponerse insistente, sino saber escuchar y acompañar. Muchas veces hay buenas intenciones que conducen por caminos equivocados. Quizás un amigo insiste en salir o hacer alguna actividad pero, quizás no es lo que quiere o siente quien está en esa situación. La tristeza y la pena requieren un espacio. Estos últimos son términos que se fueron subsumiendo en “depresión”, pero estar “bajoneado” es perfectamente esperable. Acompañar es “existir con” él o los otros afectivamente.
“Terminamos viendo como cognitivamente extraño y emocionalmente xenofóbico los cuerpos de estos otros que tenemos tan cerca y que próximamente seremos”, advierte Ricardo Iacub, autor de libros y artículos científicos sobre el tema, entre ellos Erótica y vejez. Perspectivas de Occidente. Además, Iacub es profesor titular de Psicología de la 3ª Edad y Vejez (UBA), Evolutiva III (UMSA) y subgerente en Pami.
--¿Cuándo se es viejo o vieja?
--Las cronologías responden a criterios de organismos internacionales relativos a las expectativas de vida, en países en vías de desarrollo, como el nuestro, 60 y en países desarrollados 65.
--Eso parecería haber cambiado en los últimos tiempos, personas de esa edad no se consideran viejas...
--Se sigue pensando en esa edad más allá de que siempre son en algún punto relativas estas cronologías. Pero una persona que trabaja en el campo a pleno sol tiene mayor deterioro físico, con lo cual se trata una línea intermedia entre lo que podría ser la clase media más educada que entra a la tercera edad a los setenta y los menos privilegiados que entran más tempranamente. Pero la verdad es que la construcción de esta cronología depende de muchos factores porque si te jubilás también tenés una entrada que, de alguna medida, es ritual: la jubilación.
--¿Qué palabra usar para nombrarles?
--Prefiero no tener que evitar nombres que parezcan ofensivos, como viejo o anciano. Hay una serie de tabúes con respecto a la nominación, lo que habla de las dificultades que tenemos como sociedad con este grupo de edad. Las palabras personas o adultos mayores indican esta condición de edad aunque de una manera menos específica.
--En general nuestra sociedad tiene una mirada despectiva hacia la vejez, y al mismo tiempo infantilizante y paternalista ¿está de acuerdo con esto?
--Así es, nuestra sociedad se conduce a partir de varios estereotipos nodulares que conforman el lugar de la vejez. Por un lado, el no gustar-desear la vejez y desconsiderar cualquier condición positiva de los mismos. Factores que redundan en una desvalorización de sus roles, espacios o recursos, lo que al mismo tiempo lleva a esa infantilización. Esto podría ser retraducido como un desempoderamiento progresivo, a partir del cual alguien parece tener que tomar control sobre esa persona, o lo que llamamos paternalismo. Confundiendo categorías asociadas al deterioro cognitivo, que limita las condiciones de autonomía, con el envejecimiento esperable que no debería reducirlas.
--En el ASPO, cuando Horacio Rodríguez Larreta intentó prohibir la circulación de los viejos, usted habló de “viejismo” y lo comparó con la discriminación por género o el antisemitismo ¿puede explicarlo?
--Otro de los fenómenos que produce este lugar social de los mayores es que no vemos el monto de prejuicios, estereotipos y discriminación en nuestra sociedad, incluso personas que militan a favor de otros grupos aminorados socialmente (término de Moscovici), como feministas, LGBT+, les cuesta reconocer las analogías que se producen entre estos grupos. Lo que sucedió con el gobierno de Larreta fue llamativo, porque ni siquiera llegaron a imaginar que lo que comprendían como hacer el bien, no lo era tanto. Cualquier comparación con otro grupo que hubiese intentado ser encerrado, como los diabéticos, obesos u otros, hubiese sido un claro escándalo, con los viejos fue más borroso, a pesar de que la movida que se produjo fue muy interesante. Hubo un “me too” de figuras que pudieron ubicarse en primera persona diciendo soy mayor de 70 años. Algo más, en Chile se hizo algo similar y no hubo la misma repercusión negativa y la medida siguió.
--¿Por qué si todos llegaremos a serlo (con suerte) no podemos entenderlo?
--Creo que se trata de construcciones sociales colectivas en donde ciertos personajes sociales toman roles de mayor poder en un momento histórico y no en otro. La historia de Occidente es mucho menos homogénea con respecto a los espacios de poder otorgados a los viejos que hacia las mujeres y aún más con las personas LGBT+. Sin embargo esta sociedad genera una especie de escisión (¿salvadora?) de pensar que “a mí no me va a tocar”, hasta que alguna condición de limitación (enfermedad, discapacidad, caídas) se presenta. Por eso muchas personas dicen que se sintieron viejas a los 70, 80 o 90, porque es allí que se presentó esta limitación.
--Hay una variable distinta en nuestra sociedad para medir la vejez de las mujeres y de los varones...
--La cuestión de género es un organizador muy potente en relación al envejecimiento, desde variables biológicas, como que las mujeres viven más años que los varones, hasta las condiciones de poder que llevan a que muchas mujeres hoy descubran posibilidades que previamente no había sido previstas o que los varones vean aminorar sus condiciones de “potencia masculina”. De esta manera la jubilación, la enfermedad, los proyectos pueden leerse en clave de género con resultados muy diferentes.
--Palabras como “erotismo”, “deseo”, no las asociamos a los viejos... ¿qué consecuencias tiene esto en la vida de las personas mayores?
--Retomando los estereotipos sobre la vejez, la sexualidad aparece en la otra escena de la vida de los viejos y cuando coincide nos parece verde o perverso. Uno de los factores más interesantes es que nos cuesta imaginar el sexo de los viejos. He trabajado mucho esta temática y aparecen cuestiones llamativas en gente “progre” pero que, ante la visión de una escena de viejos se genera una situación de estar en presencia de algo extraño, inquietante que lleva a considerarlo “raro”, ridículo, negativo. Desde hace años, comienzo las clases sobre el erotismo en la vejez con una escena de la película “Nunca es tarde para amar” o “Nube 9” el título original. En ese marco, los personajes, ambos adultos mayores, apenas comienza la película tienen relaciones sexuales. La escena no apela al amor, ya que ellos se conocen a través de un arreglo de un pantalón; tampoco busca convocar una pasión desbordante, ya que los gestos son mesurados, y brevemente da fin a la misma con una misteriosa retirada. La presentación de una escena sexual, que tiene una naturalidad intimidante, permite mostrar algo que se nos hurta y esconde, el sexo de los viejos. Ver esas escenas nos dicen que allí están los que no deberían estar. Son los jóvenes, los que tienen otras formas y se desplazan de otra manera. Lo que produce que la ficción del deseo se rompa y nos encontremos con el otro lado de la escena, con la rareza y el rechazo de esos cuerpos, en ese lugar, y cogiendo. La presentación abre la pregunta a lo que vieron y, muchos de mis alumnos que cursan el último año de sus carreras de psicología ponen en cuestión si existe el encuentro sexual o si aún continúa el deseo. Lo que para algunos genera una pregunta política, por qué se oculta ese sexo, pero también un quiebre más personal, ya que se encuentran ante un prejuicio, tan implícito, que desconocían padecer. Es allí donde fui codificando las respuestas frente lo visto y aparecieron algunas cuestiones que parecen dar cuenta de lo distinto y difícilmente integrable. Las primeras reacciones apelan a la percepción de extrañeza, la palabra “raro” se repite muy a menudo, y se le suelen agregar frases como “no lo había visto nunca”, “pensé que no sucedía”. Luego suelen aparecer respuestas que aluden disimuladamente a lo que se percibe como feo, pero nadie lo dice de esta forma, se repite el “no es estético”, en parte como eufemismo y en parte como situar algo que la sociedad no sabe cómo interpretar. Pero a medida que siguen los encuentros aparece: “impresión y rechazo” o “acostumbrados a ver cuerpos jóvenes”, “cuesta ver eso”; da impresión, “como un rechazo”, “asquito”, incluso con gestos faciales. Otra variante de lectura aparece interpretar los gestos en clave de ternura, cuando muchos de estos resultaban claramente eróticos. Una alumna señaló: “si fuesen jóvenes (los actores) hubiese dicho que era erótico, al verlos viejos, lo asocié con la ternura”. Así como una dispersión de cuestiones que no resultan relevantes y que aluden a: “qué lindas las manos como se tocaban y como se miraban”. Y otra de las reacciones alude a valorizar el acto sexual a partir de la diferencia: “es lindo que estén entre ellos”, “ellos se gustan”. Tan alejado de sí como si fuesen individuos de otra especie.
--¿Por qué pasa esto?
--Suelo situar una cuestión que no es totalmente moral, ya que las personas no suelen decir ‘esto es negativo’ por razones muy claras, sino más bien aparecen consternados ante algo que les cuesta procesar por la disonancia cognitiva que les genera y a partir de ello construyen relatos que parecen describir una escena exótica, donde puede haber mayor o menor apertura. La rareza pareciera relacionarse con la carencia de representaciones inconscientes que permitan darle un sentido a lo que vemos. Uno de estos sentidos es el estético.
--¿Cómo funciona el sentido estético?
--La estética organiza la interpretación de los estímulos sensibles (sensaciones, percepciones y emociones) del entorno y genera un tipo de conocimiento. Lo que lleva a promover respuestas emocionales y juicios estéticos, que dan lugar al gusto. Lo que trascienden lo bello y lo feo, e incluso dejan márgenes grises de aquello que no encuentra un sitio específico. Me interesa el juicio estético no para pensar el arte específicamente sino como un analizador de lo cotidiano y por su capacidad de producir sensaciones y emociones positivas o negativas. Por ello es factible preguntarse qué tipo de objeto representa para la estética y en qué medida se habilita al erotismo en la vejez. Lo que daría lugar a una erótica que organice la contingencia histórica y cultural de lo deseable, y desde allí su legitimación a ser sujeto y objeto de deseo.
--Usted dice que hay distintas “estéticas de la erótica” de la vejez ¿cuáles son?
--Es un concepto que me permitió situar cómo valora una sociedad ciertos tipos de cuerpos, que dimensión otorga al sujeto y al objeto del deseo. Esto se inscribe en un marco que es el estético y que le otorga una llave que habilita ciertos cuerpos y no otros para desear y ser deseados. Eso implica una serie de estereotipos inconscientes (no en el sentido histórico personal, sino cultural) que organizan la visión y la calificación estética-erótica. Hay algunas respuestas a la descalificación estética que algunos las enlazan con posibles códigos genéticos que ordenen la reproducción, no es esa mi área de expertise, prefiero remitirme a un orden explicativo culturalista y ante lo cual tenemos respuestas elocuentes a la hora de definir quiénes son los deseables y quiénes no. Recientemente aparecieron noticias sobre los blanqueamientos de mujeres negras en Kenia o del rechazo estético que causa ser negro en Sudáfrica. Pero no vayamos tan lejos, los representantes de nuestros pueblos originarios no suelen ser clasificados de bellos y raramente los encontramos en escenas de la pornografía. Así como países con mayorías indígenas los personajes de la televisión no se diferencian de un país europeo. Nuestros gustos han sido en buena medida construidos de manera imperialista y muchas de nuestras dificultades para incluir el erotismo en la vejez se basan en cuestiones políticas cercanas a las formas de discriminación que se ejercen con las minorías sexuales. De todas maneras es interesante ver cuán claramente críticos podemos ser para analizar otra sociedad, cuando nos sorprendimos con los blanqueamientos de mujeres negras, aunque naturalizamos los numerosos estiramientos faciales u otras medidas antiage, en el centro mismo de nuestra sociedad.
--¿Cómo cambiaron con el tiempo?
--Podemos encontrar diferencias interculturales como las que mostró Françoise Héritier, donde las mujeres de mayor edad, o que rebasaban la menopausia, eran capaces de un poder que no habían contado previamente y que afectaba sobre el control de su sexualidad. Pero también el origen del pueblo judío se basa en la sexualidad de dos viejos, Abraham y Sara, que como mito antropológico nos parece muy llamativo y poco abordado. El judaísmo no solo no limita la edad del erotismo, sino que lo propone para toda la vida.
--¿Y cómo perciben las personas mayores su erotismo?
--En investigaciones sobre la representación del cuerpo en la vejez y del erotismo en las personas viejas manifestaban un tipo de rechazo particular sobre “esos cuerpos”. Las propias personas mayores tendían a ver sus cuerpos viejos como extraños, fragmentados en partes viejas y jóvenes, las primeras vistas como ajenas y las segundas como propias. El trazado dispone de sectores, objetos o partes a las que se les atribuye la condición de viejas, como las arrugas, la panza, el aumento de peso o la flacidez, y las que permanecen continuas en el tiempo o jóvenes, como el brillo de los ojos, las uñas, o el cabello. Las partes envejecidas eran connotadas como partes faltantes y referidas como: “no tengo boca, cintura, cara” mientras que aquellas que se mantienen continuas o recobradas (por la actividad física o cirugías) se las señala como: “recuperé mi cintura” o “volví a ser” con mayor uso del verbo ser que tener, lo que indica que la permanencia del ser se basa en un cuerpo ideal más que real. La polarización entre el tener o no tener se asocia con considerar lo envejecido como un elemento extraño, impuesto exteriormente y que no representa al sujeto o su identidad, de un modo similar a aquellas partes más dolientes o enfermas. Por ello se vuelven comunes las referencias al “verse de golpe”, en un espejo, o vidriera y mirarse desde un afuera que los sorprende en una imagen extraña o vieja. En jóvenes más pero en mayores también existe una relación común de extrañeza y difícil incorporación de la vejez en el sujeto basada en la fuerte represión cultural a la que estamos sometidos. Terminamos viendo como cognitivamente extraño y emocionalmente xenofóbico los cuerpos de estos otros que tenemos tan cerca y que próximamente seremos.
--La pandemia hizo que empezáramos a mirar más a los viejos. ¿Qué hacer para dejar de mirarlos a través de prejuicios?
--Creo que la pandemia radicalizó algunas cuestiones que ya venían traccionando culturalmente. Asistimos a una sociedad donde la edad, como el género, perdieron la capacidad de definir roles y actitudes, lo que derivó en que la cuestión erótica tome una relevancia diferente y que las nuevas generaciones de viejos lo vivan con una mejor expectativa. Ahora estoy investigando brotes de cambio y uno de los más interesantes lo encuentro en la comunidad gay de Los osos y sus Osos plateados (los viejos), en donde la condición de ser más viejo no aparece como negativo o excluyente. Creo que la educación es un elemento importante. Desde mi inserción universitaria, donde todavía en muchas facultades la cuestión de la vejez falta o es optativa, resulta un medio de gran valor para modificar estos criterios. Obviamente el Estado debe tener una posición activa frente la modificación de criterios viejistas y el año pasado el Pami junto a la Defensoría del Público de Servicios de Comunicación Audiovisual generaron videos que mostraron este prejuicio que aún hoy sigue siendo algo desconocido. No creo que haya nada tan limitante que una cultura no pueda cuestionar y modificar
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Comenzaría el artículo cambiando la perspectiva de la palabra “existo”, me refiero a que
la existencia hoy podríamos definirla como “la subjetivación lograda” y sumar que el odio es una vía rápida para conseguirla.
Vivimos en momentos en que el odio es fuente privilegiada de construir subjetividad y si sumamos que palpitamos en un escenario con importantes ausencias de otras fuentes subjetivantes aumentará también la necesidad de asumir el odio como “un instrumento existencial privilegiado”.
¿Por qué afirmo que hay ausencias de otros “anclajes subjetivantes”, como definía la gran psicoanalista Silvia Bleichmar?
En palabras de Mosutapha Safouan (psicoanalista egipcio a quien vaya este homenaje, fallecido el 7 de noviembre) la globalización del capitalismo disuelve “anclajes de identidad” o aquello que en términos de Sygmund Bauman constituye un orden social en que “lo sólido” (que serían los apuntalamientos) se debilita y trasforma en líquido. Es entonces un desafío centrar nuestra mirada analítica en calibrar la enorme importancia que ha adquirido esta “balsa del odio” donde aferrarse casi con desesperación en medio de tanto líquido.
Tenemos que agudizar la atención en cuáles son las “epocales fuentes” que brindan sostén y fortaleza a la subjetividad. El odio, con esa imaginaria solidez, se hace fundamental para importantes sectores en el orden social como “estatuto identitario”.
Silvia Bleichmar nos hablaba que los “anclajes subjetivantes”, al ser reducidos a valores del mercado, dejan afuera a amplios sectores que sólo en el consumo encuentran esos destellos de subjetivación.
El mito capitalista de la distribución, con su globalización -en palabras de Moustafa Safouan- ha destruido la especificidad, la delimitación de quien soy. Por eso es natural que la gente afirme cada vez más su identidad con el recurso del consumo (marcas, zonas geográficas donde estar, tecnología que consumir, etc.) Pero: ¿qué sucede con aquellos que no acceden y perdieron lo específico de su tierra, de su sociedad, de sus costumbres que proveían “el andamiaje subjetivante”?” Lo único que les queda ahora es el dogma. Y el oxígeno que respira el dogma es el odio.
Safouan afirmaba que «…un dogma no es una simple creencia. Quien dice ‘creo’ (por ejemplo creo que ella me ama, o bien ‘creo’ en Dios) reconoce cierta incertidumbre en la certeza misma que quiere expresar. Una creencia es un acto subjetivo (y subjetivante agregaría yo). Un dogma se considera una verdad que exige ser reconocida como tal.». Y la clave es el odio como expresión de esa exigencia de reconocimiento de la certeza y verdad del dogma.
Otro ejemplo magnifico que ilustra esta pérdida de referentes, de cuando se diluyen estas mencionadas “posibilidades subjetivantes”, lo expresa un personaje de ese film extraordinario: “Tocando en el viento”, en que los personajes ingleses en plena época de Margareth Thatcher se quedan sin trabajo y además sin perspectivas de reingresar en el sistema. Uno de ellos lo formula: “cuando ya no hay esperanza, lo único que queda es ser fiel a los principios”. Los principios, los fundamentos, las sagradas escrituras de los dogmáticos sostienen y son invitaciones invisibles a la hostilidad, al odio.
Creo que el odio es un fenómeno social de los más trascendentes y también más negados como tal, decorado con otras denominaciones en el orden social.
El odio “a secas” difícilmente se confiesa, no se asume porque se le atribuye un carácter incorrecto, es más un proceso que subyace en un tejido social pero reitero: da rápida subjetivación. Y además se instala con más facilidad de lo que se supone.
Aunque probablemente estamos en una transición en la que de estar en zona de lo “obsceno” -es decir fuera de la escena- el odio está “in” es decir integrado.
Las grabaciones de los terratenientes en Entre Ríos, por ejemplo, sentían libertad de expresar frente a las cámaras del noticioso: “como odio a esos negros. Vivimos tiempos de cambio en que se corren los límites de la escena y de lo obsceno.
Walter Benjamín sostenía en una de sus tesis que la violencia es fundadora de la sociedad, en realidad que es lo que funda el orden social. Pero hay que distinguir de esa violencia, el complemento que deviene en odio. La diferencia es que en la violencia se mantienen grados de reflexión que en cambio en el odio violento se disuelven.
Ernst Bloch diferencia en este sentido la “ira” del odio, ya que la ira no es ciega y alimenta la lucha contra la indignidad. Paulo Freire, por su parte, rescata justamente la indignación como motor de cambio, diferente al odio. No se razona, se odia como sustituto privilegiado que no entra al circuito del proceso secundario. En el dogma no hay dialogo, impera el monologo.
El pensamiento fanático se mueve en un territorio de certezas que no son reductibles al razonamiento, porque la puerta que abre al razonamiento es la duda. Esta puerta está clausurada y el odio es el candado.
Para el psicoanálisis si no hay dudas, no hay castración, se habita en la verdad de lo absoluto.
Hay un rechazo patológico a la duda y sustituido con un enamoramiento de carácter narcisista profundo a las propias certezas. Aquí viene bien recordar a Bertrand Russell: “El problema con el mundo es que los imbéciles y los fanáticos están siempre tan seguros de sí mismos y las personas razonables tienen siempre tantas dudas.»
Este habitar en la certidumbre tiene importantes marcas en el vínculo con el otro, que no es alteridad sino que los “otros son prolongaciones del sí mismo”.
Estamos en el territorio de: es conmigo o en mi contra. “Yo o el otro”. El mundo binario ha hecho milagros en el mundo digital, de las computadoras, pero estragos en los vínculos humanos. Se interrumpe el pasaje del yo al nosotros.
A menudo, el odio, con su signo de extrema hostilidad con el otro lleva a vínculos de competencia y sustitución. Es cuando al quedar impedida la derivación psíquica en otros planos, se impone un pasaje al acto como único modo de expresión. No se produce un deslizamiento en una cadena de significantes sino una acción.
Freud en su artículo “Pulsiones y sus Destinos” dice: “El yo odia, aborrece y persigue con propósitos destructores a todos los objetos que llega a suponerlos una fuente de sensaciones de displacer, constituyendo una privación de la satisfacción sexual o de la satisfacción de necesidades de conservación. Puede incluso afirmarse que el verdadero prototipo de la relación de odio no procede de la vida sexual, sino de la lucha del yo por su conservación y mantención”.
“Odio y así me conservo” podría desprenderse de este párrafo freudiano, donde además suma que el odio recibe una carga erótica. Así que no sólo estamos en paz con la autoconservación sino que odiar para muchos se vuelve una conducta sensual.
Si resulta un modo de conservarse, comprenderemos la carga de destrucción que actúa en su interior. No es sólo un tema de la política, el odio modela prácticas sexo-afectivas y moldea una subjetividad acorde al sistema patriarcal y también del racismo.
Una subjetividad re-diseñada para una economía del entretenimiento que está basada en imágenes y saturada de sensaciones con una afectividad simple y pulsional, pero… eso sí: muy moderna y en sintonía con el neofascismo contemporáneo.
En el odio no hay espacio para lo diverso, el extraño ni mucho menos para esa hospitalidad que tanto habla Jacques Derrida para con el extranjero. Estamos en las antípodas: cuando el odio es el dominante todo lo extraño me interpela, el otro me amenaza por eso no se reconoce valor al diálogo, sólo se cultiva el monólogo.
No se discute. Sólo se habla entre iguales, lo que apuntala el impuso de aniquilar lo diferente soñando un mundo de gemelos imaginarios sin alteridad. Por eso reitero: el odiador no “cree” en su odio, él tiene una certeza cuando lo invade esa emoción del odio que la justifica. No está en juego la realidad sino la certeza. “Cuando se matan, los hombres necesitan creer que su acto es justo” decía Bernard Shaw
Para el odiador hay algo inquebrantable, no estamos en el universo de las creencias sino en la dimensión de lo absoluto. Por eso el pasaje a la acción tan facilitado: no está mediatizado por la duda reflexiva.
A esta altura me pregunto: ¿Cuanta diferencia con el otro podemos albergar sin que surja el odio?. Comprobamos actualmente que ahí donde nace un disenso se establece una grieta.
La diferencia en “contenidos” se convierte automáticamente en diferencia “relacional” sin retorno según los trabajos de Paul Watzlawik y Don Jackson sobre la “Comunicación Humana”. ¿Cuánta diferencia de contenidos se puede transitar sin vivir amenazado el narcicismo?
El odio nos devela a los psicoanalistas, antropólogos y demás campos que muchas personas, muchas naciones viven con más fuerza en el mito que en la realidad. Parafraseando a otro texto podría decir que el odio es “la enfermedad infantil de los procesos subjetivantes”.
¿Hay un solo odio?
Por supuesto que no. Compactarlos en uno es irresponsable y clasificarlos tarea imposible.
En Psicoanálisis, Freud hablaba de la “Neurosis”, pero bien sabemos es un título colectivo a una serie amplia de categorías. Hay variedad de neurosis y lo mismo afirmo del odio.
Trataré brevemente de hacer una consideración que diferencie algunas cualidades. No es lo mismo el odio detrás del amor al prójimo: me refiero a aquella indignación que se expresa contra la explotación, contra las injusticias, contra los abusos en que detrás hay sujetos.
Y otro odio que es pura destrucción, caldo de pulsión de muerte. Es el ¡Viva la Muerte! del General Millán-Astray en la Universidad de Salamanca. O el odio de quienes el mes pasado en Bariloche y Córdoba vestidos con la túnica del ku klux klan ahorcaron unos maniquíes como expresión de odio. O Presidentes que afirman (Bolsonaro) que la gente tiene que morirse nomás y que quienes se asustan por el coronavirus son maricas (odiemos a muerte los maricas es el mensaje nada subliminal).
Por eso no estoy con las ideas de Hanna Arendt, que en su monumental obra sobre los totalitarismos los engloba a todos por igual, sin dejar espacio a la diferencia entre aquellos que mantienen un ideal y aquellos en que los ideales humanos están casi disueltos y sólo postulan odio destructivo.
Parafraseando a Freud: en el odio hay ideales de amor reservados para los iguales, nunca para el diferente. Gran ironía, odian para ser más queridos por su Dios, como dijo Shimon Peres: “pobres aquellos que más aman a Dios, son los más olvidados por él”, cuando se refirió a los componentes de las fuerzas fundamentalistas integrados por desclasados, marginados, expulsados del sistema.
Esto lleva más específicamente a diferenciar algunas cepas de odios (si me permiten la expresión tan afín al virus)
Odio y Ambivalencia.
Recurro a Freud y su Psicología de las Masas en que de alguna manera resuelve con una ecuación el problema casi universal de la ambivalencia humana que puede hacer estallar los vínculos familiares, sociales, nacionales: ¿a cuál me refiero? Cuando hay ambivalencia se soluciona instalando uno de los polos de esta ambivalencia (la parte hostil) en el exterior. “Narcisismo de las pequeñas diferencias” lo llama Freud en ese artículo. Las diferencias serán pequeñas pero…el narcisismo que se logra es grande.
Se necesita un diferente, un extraño (en poco o en mucho) para esta proyección y depositación. Pichon Riviere es quien retoma esta movida para sus desarrollos sobre el “chivo emisario”. La depositación de la hostilidad, del odio, en el rol de chivo genera una fantaseada sensación de unidad amorosa a salvo de ambivalencias que podrían hacer detonar ese imaginario de fusión o enamoramiento.
Conocemos los pasos necesarios: depositación, segregación (para que no retorne lo depositado) y expulsión o aniquilamiento. Aquí Pichon advertía que es una mala resolución llegar al aniquilamiento, o cuando el chivo se va del grupo o de la institución, porque se necesitará -en breve- un nuevo chivo para reanudar la secuencia de proyecciones. Por eso había que mantenerlo cerca al chivo.
Odio y Narcisismo
Yo prefiero en vez de hablar de “problemáticas narcisistas” hablar de problemáticas en la narcisización, ya que le cuadra mejor. Para explicar este odio elijo hacerlo con la novela Frankenstein. El Dr. Frankenstein crea un monstruo. Pero ese ser no tiene nombre ¿se dan cuenta? Nosotros ni sabemos cómo llamarlo y de ahí que entonces le dijéramos Frankenstein al monstruo cuando el verdadero Victor Frankenstein es el padre, el creador médico, no el nombre del monstruo.
El monstruo no sólo no posee nombre, tampoco historia, no tiene recuerdos ni la biografía subjetivante de ellos, obviamente en su caso se saltearon los procesos narcisizadores y como consecuencia tampoco puede tener capacidad alguna para desarrollar afecto humano y construirse a sí mismo a través de haber recibido esa corriente amorosa.
No hay casi en la literatura un personaje que se vea más abandonado y triste que éste de la novela de Mary Shelley. Parecería ser una criatura bondadosa que al encontrar en el mundo sólo aborrecimiento, se vuelve malvada.
El monstruo mata y destruye, odia a las personas. El padre simbólico, el Dr. Frankestein le pregunta en la novela original:
-¿Por qué eres malo?
-«Soy malo porque soy desgraciado”.
-“¿Acaso no me odia y rechaza toda la humanidad?»
Y luego agrega una perspectiva exacta en que pareciera un monstruo leído en obras psicoanalíticas y en especial en el autor Winnicott cuando dice:
«-¿Por qué debería tener compasión de alguien que no la tiene por mí?»
Este tipo de odio, en palabras del psicoanalista Luis Kancyper, es de aquel sujeto que no puede considerar… porque no fue considerado. Kancyper trabaja de manera original y magistral la figura del resentido como una elaboración patológica de las desventuras que la vida le ha planteado. Esa afirmación del monstruo hace honor a la afirmación de Freud en su artículo “El Hombre de las Ratas” cuando afirma: “el amor que encuentra negada la satisfacción se torna fácilmente en odio”,
Frankenstein es una novela sobre una criatura que al encontrar en el mundo sólo respuestas de rechazo se torna malvada. Decía que leyó Winnicott ya que hay una íntima relación con sus artículos en que describe robos o tendencias antisociales en chicos que sufrieron malos procesos de adopción por ejemplo, o infancias averiadas: no son casualidades, son el resultado.
¿Qué madre no desea ser un poco como Tetis, aquella mamá del héroe mitológico Aquiles y conseguir para su hijo una coraza contra las flechas e impiedades de la vida? Sus cuidados amorosos son esa coraza/amparo/piel que le brinda metafóricamente el río Estigio cuando la madre lo hunde en él aferrando su hijo Aquiles desde el talón, esa parte que quedará para siempre significada como la zona frágil en su subjetividad.
Pero hay que reconocer, como nos enseñaba Winnicott, que a veces los cuidados maternos fallan de manera seria y no proveen de esa defensa. No siempre se logra configurar esa ilusión que los cuidados de “la pareja de crianza” como lo denominaba en proveer al niño la preparación para desplegar su potencialidad en “crear” el mundo.
En otras palabras: hay abrigos en la infancia que hace que no sintamos frío el resto de la vida. Otros amparos, si han fallado nos dejarán para siempre desabrigados.
El monstruo creado por Frankenstein no tiene amor. Él le ruega al Dr. que le cree una compañera con la que poder salvar su alma. Jura lealtad y jura misericordia: no volverá a matar a nadie, se apartará a parajes desiertos y vivirá felizmente con su novia monstruosa. Pero no.
«-Todos los hombres odian a los desgraciados», dice el monstruo. ¿Será así que todos los hombres odian a los desgraciados? ¿O ese odio es el profundo pavor para que no retornen los fantasmas expulsados vía proyección?
Hay una frase que se usa mucho en los medios de comunicación: “Como te ven, te tratan”.
Que necesitada está de ser revisada y enviada a terapia esta frase para salir de la trampa del espejo, que sólo emite respuestas reciprocas. Una verdadera invitación al circuito de la escalada tanática.
La respuesta a esa frase de “como te ven te tratan” la hace Tute (creo) el genial humorista en una caricatura por demás brillante en que el personaje responde: -“no…si me ves mal, tratame bien, porque es cuando más lo necesito”.
Odio al Mundo
Otra cepa a mencionar en este vasto tema del odio es: odio al mundo, porque no es como yo quiero que sea. La fijación a este estado genera la patología del fundamentalismo no sólo en el plano ideológico político, sino como estructura subjetiva. El fundamentalista vía regresión reactiva se estaciona patológicamente en su mundo di/valente: lo bueno y lo malo por separado. Lo bueno: Hay una sola verdad, la suya. Un solo Dios, un solo libro.
A veces me pregunto si en ADN del monoteísmo no está la semilla del odio fundamentalista, germen del patriarcado y las normatividades fachistizantes.
La posibilidad del fanatismo está en la esencia de la constitución de nuestra subjetididad como rechazo a la castración y a la incertidumbre. Amoz Oz es quien dice que el fanatismo es el “gen del mal”. Lo trágico es que está presente y puede activarse con las condiciones sociales necesarias. Convengamos que el neoliberalismo tiene esa capacidad de potenciar.
Lo cierto es que junto al monoteísmo pareciera que este avance significó crear los andamios para el pensamiento único. Ya Baruj Spinoza la pasó realmente mal, acusado de panteísta cuando en su momento propone ver a dios en lo múltiple. O ni hablar de Giordano Bruno que la pasó peor cuando defendía que la Tierra no era el centro del sistema solar, que no había centro sino muchos mundos posibles en un universo infinito poblado por un sinfín de mundos donde viven seres vivos e inteligentes. Nuevamente lo múltiple generando el odio de los unitarios. Terminó en la hoguera del odio. El radicalismo extremo se alimenta de ese odio como fuente subjetivante.
Es un desafío neutralizar ese “virus” del odio, en palabras de Umberto Eco, autor de El nombre de la rosa entre otras obras, debemos trabajar en esa dirección y poder preguntarnos si esa pulsión no ha empezado a ser una enfermedad del mundo contemporáneo, como el sida o la obesidad y ahora…el covid.
* Psicologo, Psicologo Social. Docente Universitario en la Asociación Escuela Argentina de Psicoterapia para Graduados (AEAPG)