El malestar que sientes tiene un
nombre: se llama languidez
Es una sensación de estancamiento y
vacío. Se siente como si uno estuviera pasando los días sin rumbo, mirando la
vida a través de un parabrisas empañado. Y podría ser la emoción dominante de
2021.
Credit...Manshen Lo
Por Adam Grant
Publicado 21 de abril de 2021Actualizado 22
de abril de 2021
Al principio, no reconocí los síntomas que todos estábamos
experimentando. Mis
amigos mencionaban que tenían problemas de concentración. Los colegas
informaron que, incluso con las vacunas en el horizonte, no estaban entusiasmados con el año 2021. Un familiar se quedaba
despierto hasta tarde para volver a ver La leyenda del tesoro perdido a
pesar de que se sabe la película de memoria. Y yo, en vez de saltar de la cama
a las 6 de la mañana, estaba tumbado hasta las 7, jugando Words with Friends.
No era agotamiento: aún teníamos
energía. No era depresión: no nos sentíamos desesperados. Solo nos
sentíamos sin alegría y sin rumbo. Resulta que hay un nombre para eso: languidecer.
La languidez es una sensación de
estancamiento y vacío. Se siente como si estuvieras arrastrándote para pasar
los días, mirando tu vida a través de un parabrisas empañado. Y quizá sea la
emoción dominante de 2021.
Mientras los científicos y los
médicos trabajan para tratar y curar los síntomas físicos de la covid de larga
duración, muchas personas tienen problemas con la longevidad emocional de
la pandemia. Algunos recibimos los embates de la covid, sin estar preparados,
mientras el intenso miedo y el dolor del año pasado se desvanecieron.
En los primeros e inciertos días de
la pandemia, es probable que el sistema de detección de amenazas de tu cerebro
—llamado amígdala— estuviera en alerta máxima de lucha o huida. A medida que
aprendías que los cubrebocas ayudaban a protegernos —pero el lavado de paquetes no lo hacía— probablemente desarrollaste
rutinas que aliviaban tu sensación de temor. Sin embargo, la pandemia se ha
prolongado, y el estado agudo de angustia ha dado paso a una condición crónica
de languidez.
En psicología, pensamos en la salud
mental en un espectro que va desde la depresión hasta el florecimiento. El
florecimiento es la cima del bienestar: se tiene un fuerte sentido del
propósito, del dominio y de importarles a los demás. La depresión es el valle
del malestar: te sientes abatido, agotado y sin valor.
La languidez es el hijo ignorado de
la salud mental. Es el vacío entre la depresión y el bienestar: la ausencia
de bienestar. No tienes síntomas de enfermedad mental, pero tampoco eres la
imagen viva de la salud mental. No estás funcionando a toda máquina. El languidecimiento
empaña tu motivación, altera tu capacidad de concentración y triplica las
probabilidades de que reduzcas el trabajo. Parece ser más
común que la depresión, y en cierto modo puede ser un factor de riesgo
mayor para sufrir una enfermedad mental.
El término fue acuñado por un
sociólogo llamado Corey Keyes, a quien le llamó la atención que muchas personas
que no estaban deprimidas tampoco prosperaban. Su investigación sugiere que las personas con
más probabilidades de padecer depresión grave y trastornos de ansiedad en la
próxima década no son las que presentan esos síntomas en la actualidad. Son las
personas que languidecen ahora mismo. Y las nuevas pruebas de los trabajadores sanitarios de la
pandemia en Italia muestran que los que languidecían en la primavera de 2020
tenían tres veces más probabilidades que sus compañeros de ser diagnosticados
con trastorno de estrés postraumático.
Parte del peligro radica en que,
cuando uno languidece, es posible que no notemos el descenso del placer o la
disminución del impulso. No te das cuenta de que te deslizas lentamente hacia
la soledad; eres indiferente a tu indiferencia. Cuando no puedes ver tu propio
sufrimiento, no buscas ayuda ni haces mucho para ayudarte.
Incluso si no estás languideciendo,
probablemente conozcas a personas que sí lo están sintiendo. Entenderlo mejor
puede ayudarte a ayudarles.
Un nombre para lo que sientes
Los psicólogos creen que una de las mejores estrategias para
gestionar las emociones es ponerles nombre. La primavera pasada, durante la
angustia grave de la pandemia, la publicación más viral de la historia de
Harvard Business Review fue un artículo que describía nuestro malestar
colectivo como duelo. Junto con la pérdida de seres queridos, nos lamentábamos por la pérdida de la normalidad. “Duelo”. Nos dio un vocabulario
familiar para entender lo que se había percibido como una experiencia desconocida.
Aunque no nos habíamos enfrentado antes a una pandemia, la mayoría de nosotros
habíamos afrontado la pérdida. Nos ayudó a afianzar las lecciones de nuestra
propia resiliencia en el pasado, y a sentir confianza en nuestra capacidad para
afrontar la adversidad presente.
Todavía tenemos mucho que aprender
sobre las causas de la languidez y cómo curarla, pero ponerle nombre podría ser
un primer paso. Podría ayudar a desempañar nuestra visión, dándonos una ventana
más clara de lo que había sido una experiencia borrosa. Podría recordarnos que
no estamos solos: el languidecimiento es común y compartido.
Y podría darnos una respuesta
socialmente aceptable a esta pregunta: “¿Cómo estás?”.
En vez de decir “¡genial!” o “bien”,
imaginemos que respondemos: “Sinceramente, estoy languideciendo”. Sería el
antagonista refrescante de la positividad tóxica, esa presión tan
estadounidense de ser optimista en todo momento.
Cuando añades la languidez a tu
léxico, empiezas a notarla a tu alrededor. Aparece cuando te sientes defraudado
por tu paseo vespertino. Está en la voz de tus hijos
cuando les preguntas cómo les fue en el colegio por internet. Está en Los
Simpson cada vez que un personaje dice: “Meh”.
El verano pasado, la periodista
Daphne K. Lee tuiteó sobre una expresión china que se traduce
como “procrastinar a la hora de dormir”. Lo describió
como quedarse despierto hasta tarde en la noche para reclamar la libertad que
hemos perdido durante el día. He empezado a preguntarme si no es tanto una
represalia contra una pérdida de control como un acto de desafío silencioso
contra la languidez. Es una búsqueda de felicidad en un día sombrío, de
conexión en una semana solitaria o de propósito en una pandemia perpetua.
Un antídoto contra la languidez
¿Qué podemos hacer al respecto? Un
concepto llamado “flujo” puede ser un antídoto contra la languidez. El flujo es
ese estado elusivo de estar absortos en un reto significativo o un
vínculo momentáneo, en el que tu sentido del tiempo, del espacio y de ti mismo
se desvanece. Durante los primeros días de la pandemia, el mejor indicador de
bienestar no era el optimismo o la atención plena, sino el flujo. Las personas que se sumergieron más en sus proyectos
lograron evitar languidecer y mantuvieron su felicidad prepandémica.
Jugar un juego de palabras a primera
hora de la mañana me catapulta al flujo. A veces, un maratón nocturno de Netflix
también funciona: te transporta a una historia en la que te sientes unido a los
personajes y preocupado por su bienestar.
Aunque encontrar nuevos retos,
experiencias agradables y un trabajo significativo son posibles remedios a la
languidez, es difícil encontrar el flujo cuando no puedes concentrarte. Este
era un problema mucho antes de la pandemia, cuando la
gente solía revisar el correo electrónico 74 veces al día y cambiar de
tarea cada diez minutos. En el último año, muchos de nosotros además hemos tenido
que lidiar con las interrupciones de los niños de la casa, los colegas de todo
el mundo y los jefes a todas horas. Meh.
La atención fragmentada es un enemigo
del compromiso y la excelencia. En un grupo de cien personas, solo dos o tres
serán capaces de conducir y memorizar información
al mismo tiempo sin que su rendimiento se resienta en una o ambas tareas. Puede
que las computadoras estén hechas para el procesamiento en paralelo, pero a los
humanos les va mejor el procesamiento en serie.
Date un tiempo ininterrumpido
Eso significa que hay que establecer
límites. Hace años, una empresa de software de la lista Fortune 500 en
India probó una política sencilla: nada de
interrupciones los martes, jueves y viernes antes del mediodía. Cuando los
ingenieros gestionaban ellos mismos el límite, el 47 por ciento tenía una
productividad superior a la media. No obstante, cuando la empresa estableció el
tiempo de silencio como política oficial, el 65 por ciento logró una productividad
superior a la media. Hacer más cosas no solo era bueno para el rendimiento en
el trabajo: ahora sabemos que el factor más importante para la alegría y la
motivación diarias es una sensación
de progreso.
No creo que haya nada mágico en los
martes, jueves y viernes antes del mediodía. La lección de esta sencilla idea
es tratar los bloques de tiempo ininterrumpidos como tesoros que hay que
guardar; despeja las distracciones constantes y nos da la libertad de
concentrarnos. Podemos encontrar consuelo en las experiencias que captan toda
nuestra atención.
Concéntrate en un objetivo pequeño
La pandemia fue una gran pérdida.
Para trascender la languidez, intenta empezar con pequeñas
victorias, como el diminuto triunfo de averiguar quién es el asesino de la
historia o la alegría de jugar una palabra de siete letras. Uno de los caminos
más claros hacia la fluidez es una dificultad manejable: un reto que ponga a prueba
tus habilidades y aumente tu determinación. Eso significa dedicar un tiempo
diario a enfocarte en un reto que te importe: un proyecto interesante, un
objetivo que valga la pena, una conversación significativa. A veces es un
pequeño paso para redescubrir parte de la energía y el entusiasmo que has
echado de menos durante todos estos meses.
La languidez no está solo en nuestras
cabezas: está en nuestras circunstancias. No se puede curar una cultura enferma
con vendas personales. Seguimos viviendo en un mundo que normaliza los
problemas de salud física, pero estigmatiza los problemas de salud mental. A
medida que nos adentramos en una nueva realidad pospandémica, es hora de
replantear nuestra comprensión de la salud mental y el bienestar. “No estar
deprimido” no significa que no se estén teniendo problemas. “No estar exhausto”
no significa que se esté animado. Al reconocer que muchos de nosotros
languidecemos, podemos empezar a darle voz a la desesperación silenciosa e
iluminar un camino para salir del vacío.
Adam Grant es psicólogo
organizacional en Wharton, autor de Think
Again: The Power of
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