“Las estadísticas sobre cordura son que uno de cada cuatro personas sufre de alguna forma de enfermedad mental. Piensa en tus tres mejores amigos. Si están bien, entonces eres tú”. Rita Mae Brown.

Las personas con padecimientos mentales constituyen el colectivo más vulnerable de la sociedad: invisibilizados, estigmatizados, temidos, rechazados, abusados o ignorados, son marginados debido a la creencia de que la locura es un mal incurable y los locos sujetos peligrosos. La discriminación es mayor si ese colectivo es pobre, máxime cuando son víctimas de un sistema de encierro en el que la privación de la libertad, la sobre medicación y los malos tratos arrasan con sus vidas.
El sufrimiento que los atraviesa no integra la agenda de los gobiernos, ni las políticas públicas y solo tiene prensa cuando se convierte en un hecho de tinte amarillista que convoca al morbo del lector: ya sea porque un “loco” atacó a un vecino y los medios claman por su encierro, o bien porque otro -encerrado- fue muerto por un perro salvaje debido a la desidia judicial. Así de contradictorios somos a la hora de negar la crueldad que implica la locura.

En el marco de la emergencia sanitaria por la que atraviesa el mundo, pocos se acuerdan de estos seres que viven un encierro dentro del encierro. Frágiles y sensibles, a sus propios procesos psicofísicos deben sumarse patologías coexistentes vinculadas al abandono, la cronicidad y los efectos secundarios de las medicaciones; lo que los vuelve más vulnerables al contagio. Es en ese punto donde debe focalizarse su atención en este momento. La pandemia expone situaciones que datan de hace años, y que vengo señalado en distintos pronunciamientos, foros académicos y artículos de doctrina. Que el virus haya ingresado a los manicomios es simplemente otra manifestación del estado en el que viven seres atravesados por el dolor desde siempre, y al que el sistema de salud atiende de manera deficiente.

Pese a que la Ley de Salud Mental -con fundamento en tratados internacionales- prevé la reconversión de los neuropsiquiátricos para el año 2020, la Ciudad de Buenos Aires tiene cuatro hospitales monovalentes de salud mental, todos ellos judicializados. Lejos está la utopía de aumentar el presupuesto en salud mental, crear dispositivos alternativos al hospicio y respetar el plexo de derechos que protege a las personas con padecimientos mentales que establece la propia ley, vigente desde el año 2010.
Para revertir la tradicional perspectiva de análisis, considero que el enfoque de la cuestión debe centrarse en tres ejes:

1. Entender a la salud mental como un derecho fundamental e inserto en el sistema de derechos económicos, sociales y culturales entre los cuales debe darse una relación de complementación y acumulación.
2. Entender que la afectación al derecho a la salud mental importa una violación al derecho a la dignidad humana.
3. Entender que la salud mental como derecho social debe acompañarse de una estrategia de salud pública, para evitar tal vulneración.

Si estos parámetros se tomaran en cuenta, se evitaría la desaferentación afectiva, psicológica y social que sostenida en el tiempo puede generar síntomas de deterioro cognitivo y motriz que cursan con la propia patología y llevan a las personas a una exclusión que constituye una afrenta a la dignidad humana. Esos seres marginados tienen derecho a transitar su enfermedad en otras condiciones y es el Estado quien tiene que garantizar que la violación al derecho humano no se configure evitando el confinamiento que excluye y descompone al sujeto frente a sus habilidades de interacción convirtiéndolo en objeto. Ello se evita mediante el cambio de paradigma que proponen los Tratados Internacionales, la Ley de Salud Mental Nacional y la de la Ciudad, aunque no se cumplan.

Quizás la pandemia sea la excusa para poner el tema en la agenda pública. Mientras, es prioritaria la atención a esta población vulnerable.
Pero para dar vigencia al desarrollo del cambio de paradigma propuesto, debe existir un compromiso no solo de los operadores de la salud y el derecho, sino también de la sociedad toda
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Los locos también se contagian.
Pensemos que si nosotros no nos bancamos nuestro encierro que tiene dos meses, cómo estarán ellos que transitan su encierro dentro del encierro.

La autora es jueza de Primera Instancia en lo CAyT de la CABA, Doctora en Derecho, Posgraduada en Determinantes Sociales de la Salud Mental, Profesora de grado y posgrado de su especialidad y autora de numerosas publicaciones, entre otras del libro “Salud Mental: un nuevo enfoque desde el derecho administrativo constitucionalizado” (RAE, 2015).