28 de abril de 2020

No estamos listos para la incertidumbre

“No estamos listos para la incertidumbre”

La investigadora mexicana Atocha Aliseda, matemática y doctora en Filosofía, explica por qué la medicina y la epidemiología no pueden responder a nuestra necesidad de certezas


En algún momento de febrero, Atocha Aliseda Llera pasó de leer una tesis basada en casos históricos de epidemias a leer noticias internacionales sobre el nuevo coronavirus. La OMS no había declarado la pandemia aún, pero ella entendió pronto que el virus afectaba las vías respiratorias y pensó en su madre, que padece una enfermedad pulmonar avanzada.
“Por un lado, personalmente, estoy muy preocupada. Pero por otro lado me parece fascinante que por fin entendamos que estamos en un mundo incierto y que eso no quiere decir que la ciencia no sirva”, dirá después la investigadora, que trabaja en el Instituto de Investigaciones Filosóficas de la UNAM y coordina un seminario de doctorado sobre Epistemología de Ciencias de la Salud. Aliseda Llera es licenciada en Matemáticas y se doctoró en Filosofía y Sistemas Simbólicos en la Universidad de Stanford con una tesis en el campo de la Lógica, que ocupa un lugar central en su trabajo académico. Durante años se dedicó a elaborar modelos lógicos y computacionales de la abducción (o explicación); que es, de modo muy general, “el proceso de razonamiento mediante el cual se construyen explicaciones para observaciones sorprendentes, esto es, para hechos novedosos o anómalos”. Este tipo de razonamiento es parte esencial en la elaboración de diagnósticos en la medicina, por ejemplo, una disciplina que no tiene leyes generales como tiene la física. Los médicos, ha explicado Aliseda Llera, al igual que los detectives, plantean una explicación posible para un hecho a partir de indicios (los síntomas), y desde ahí buscan información para corroborar su hipótesis.
Hace más de una década, y por invitación de una historiadora de la medicina interesada en sus modelos, Aliseda Llera empezó a asistir a discusiones de casos clínicos en el Instituto Nacional de Neurología y Neurocirugía de México para estudiar lo que se llama razonamiento clínico: la forma en que los profesionales de la salud razonan, en qué tipo de conocimiento basan sus decisiones, cómo surgen sus ideas. Este martes por la tarde, la investigadora —que ha realizado estancias en universidades de Holanda y España y ha recibido premios por sus investigaciones en humanidades y en lógica— se hizo un espacio entre sus clases en línea y, durante una hora, respondió por Zoom a preguntas sobre el razonamiento clínico y sobre algunos aspectos de nuestra relación con la medicina que han quedado expuestos bajo la luz estridente de la pandemia. Lo que sigue es una versión condensada y editada de sus respuestas.
Pregunta. ¿Cuáles son, a grandes rasgos, los elementos en los que se basan los profesionales de la salud para tomar decisiones?
Respuesta. Mi aproximación a los profesionales de la salud ha sido sobre todo en lo que se llaman las sesiones clínicas. En todos los hospitales, y más en profundidad en los de investigación (como el Instituto Nacional de Neurología y Neurocirugía o el de Nutrición), se hacen sesiones semanales por especialidad en las que discuten desde los residentes hasta los jefes. Ahí discuten casos difíciles, y es un espacio donde discuten casos reales, pero sobre todo se utiliza para los residentes más jóvenes como un espacio de apreciación y de enseñanza. Entonces, la pregunta que con la que yo empecé, y por eso estoy haciendo todo este contexto, era en realidad cómo se enseña el razonamiento clínico. ¿Cómo es que un médico de pronto ya sabe integrar la información tanto de la fisiología como de sus experiencias anteriores? Mi pregunta principal era esa. Y, viniendo de matemáticas, creo que tenemos una situación similar: cuando el profesor te enseña a demostrar, no hay reglas. Uno aprende a demostrar demostrando. Entonces, una de mis preguntas iniciales era: ¿Cómo es que estos médicos residentes jovencitos se convierten en expertos? Y, más en particular, ¿cómo es que se enseña cuando no hay reglas?
Aunque hay cursos de razonamiento clínico y hay libros sobre razonamiento clínico, en realidad lo que hacen, visto desde la computación, es el llamado razonamiento por casos: así como al que está aprendiendo matemáticas lo expones a demostraciones, demostraciones, demostraciones, pues a los médicos en formación se les expone a casos. Uno de los tipos de razonamiento que se utilizan es comparar la situación actual que están viendo con una anterior. O sea, el médico todo el tiempo está haciendo analogías. Esa es una. Otra: ¿Cuándo es que el médico generaliza? ¿Cuando ya vio a dos pacientes parecidos? ¿A tres? ¿A cuántos? Ahí estamos viendo de manifiesto el muy teórico pero muy discutido problema de la inducción en Filosofía: cuántos cuervos negros necesito para decir que todos los cuervos son negros.
Lo que a mí también me interesaba era ver hasta dónde los médicos en formación o los médicos en general están conscientes de que un diagnóstico es una hipótesis diagnóstica. Sin embargo, los médicos y los pacientes nos ponemos muy nerviosos con esto de que el estatus epistémico de un diagnóstico sea el de una hipótesis. Cómo voy a salir yo de un consultorio donde me digan: pues tal vez tienes covid-19 o tal vez tienes EPOC o lo que pasa es que estás cruda, etcétera, etcétera. Creo que al médico le cuesta mucho aprender que el estatus epistémico de sus diagnósticos son hipótesis, o que esto puede cambiar.
P. En estos días se habla mucho de modelos, de estadísticas, de pruebas, como si estas curvas y estos gráficos fueran una réplica de la realidad y de lo que va a suceder. ¿Qué rango de verdad tienen estos modelos desde la filosofía de la ciencia? ¿Hasta dónde son conocimiento científico y hasta dónde son algo del orden de la intuición basado en un porcentaje mínimo de información?
R. Aquí quisiera separar mi respuesta en dos. En primer lugar, creo que es muy interesante ver, como usted dice, que lo que queremos son certezas, que nos expliquen. Y cuando nos ponen una gráfica pensamos que eso está representando una partecita de la realidad. Y los modelos, para empezar, son reconstrucciones abstractas, son constructos mentales en los que efectivamente estamos tratando de representar algo, pero estamos tratando de representar solo algunos aspectos de la realidad. Y lo que estamos tratando de ver o de analizar son los escenarios de lo que podría pasar de acuerdo a las variables que hay. Por ejemplo, si yo asumo que la tasa de crecimiento del contagio es tal, ¿cuántos contagiados tengo en tal tiempo? Los modelos nos ayudan muchísimo a eso y ahora hay matemáticos que se están metiendo en esto. Sin embargo, a la hora de hacer un modelo tenemos algunas certezas —yo puedo decir que el tamaño de la población que voy a analizar es tal—, pero ¿cuántos están infectados? Pues no lo sé. Entonces ahí es donde empezamos a ver que hay ciertos presupuestos que no se explican o que no se alcanzan a ver.
Creo que estos tiempos o esta crisis han sido fascinantes porque hay mucha gente, incluyéndome a mí, que queremos entender muchas cosas que no entendíamos antes, porque la disciplina —déjame llamarle así por no llamarle ciencia— de la epidemiología es estadística. Sí. Sin embargo, no sabemos estadística, ni siquiera los que nos preciamos de ser gente educada. Incluso los médicos, porque la otra parte es decir: “Bueno, los médicos van a tomar decisiones, ahora hablamos de la medicina basada en evidencia”. Cuando decimos evidencia, para empezar, está mal dicho en español, porque en la evidence based medicine, “evidencia” en realidad quiere decir “prueba”. Y la medicina basada en pruebas es en pruebas estadísticas. Y a los médicos a veces les cuesta trabajo porque, aunque se habla ahora del paradigma de la medicina basada en evidencia, seguimos en el modelo que propuso Claude Bernard [biólogo teórico, médico y fisiólogo francés que fundó la medicina experimental en el siglo XIX], donde el conocimiento era sobre todo fisiopatológico. Los médicos se la pasan estudiando eso. Solo son los epidemiólogos, que ya es una especialidad, los que se dedican a ver qué quiere decir tal cosa en la gráfica, etcétera.
Entonces, ahora que estamos hablando de los modelos, creo que hay que hablar de dos niveles. El primer nivel, que está en la percepción de las personas comunes y corrientes, que no sabemos estadística. Creo que eso ha quedado clarísimo. H. G. Wells [escritor británico, autor de La guerra de los mundos] decía en el siglo XX que el razonamiento estadístico iba a ser tan necesario como saber leer y escribir. Y la realidad es que ya estamos en el siglo XXI y la educación estadística no ha llegado. La exposición a los modelos matemáticos para la gente común ya es una cosa (hay que entender que es un modelo, que hay presupuestos, etcétera), pero ahora vayámonos a los expertos, y aquí yo coincido totalmente con un epidemiólogo emérito de la Universidad de Stanford, que dice: en estos momentos los modelos no nos sirven. No tenemos suficientes datos ni suficiente información para poder hacer nuestros modelos. Hoy en la mañana estaba escuchando la BBC y lo que decían es que no vamos a saber cuántos se han infectado por covid-19 hasta que no tengamos datos como cuál fue el exceso de muertes. Una manera de calcular tentativamente cuántos pudieron haber muerto por covid-19 es comparar cuántos murieron hace un año con los que llevamos ahora. Pero a eso no lo vamos a saber hasta que no se registren todos esos datos. Y eso en un país como Inglaterra, que está bastante organizado. Aquí en México no creo que nos enteremos nunca. Entonces, para cerrar lo de los modelos: no estamos listos para esta época. Y no solo porque no sepamos estadística, sino porque no estamos listos para la incertidumbre. O para que los propios investigadores o los propios políticos que utilizan estos datos digan: “La verdad, no tenemos idea”. El primer ministro holandés hizo una declaración muy simpática, probablemente la única simpática que hizo, y es que se estaban tomando el cien por ciento de las decisiones con el cinco por ciento de la información.
P. ¿Y cuál sería el otro nivel?
R. Paso al otro nivel. Con la lógica, que es a lo que yo empecé dedicándome como matemática, tenemos la certidumbre. Es como perfecta, porque ahí tienes un mundo que se comporta regularmente: asumes que las cosas son verdaderas y de ahí deduces lo que puedes. Con la probabilidad, lo que estamos midiendo es el riesgo: conocemos cuáles son nuestras incógnitas y lo que tenemos que hacer es calcular bien. Pero en el terreno de la incertidumbre, que es en el que estamos, no sabes ni siquiera cuáles son tus escenarios posibles. Creo que eso es algo que los científicos no aceptan. He tenido discusiones con amigos matemáticos que me dicen: “Es que los modelos son así”. Yo les digo claro, pero tú tienes que ir ajustando un modelo con la realidad y solamente vas a saber si es bueno cuando le vas cuchareando, pues le mueves los números arriba, abajo, etcétera, y entonces ya puedes publicar tu artículo y explicárselo a un auditorio. Esto a mí me parece fascinante. Por un lado, como te decía, personalmente estoy muy preocupada, pero por otro lado me parece fascinante que por fin entendamos que estamos en un mundo incierto y que eso no quiere decir que la ciencia no sirva. La propia ciencia es incierta.

P. Han salido varios artículos o materiales previos de gente que, antes de esto, ya advertía que la próxima amenaza era una pandemia, desde el video de Bill Gates hasta divulgadores o científicos. Para mí es una sorpresa que la ciencia médica pueda analizar un escenario global y decir: ojo aquí.
R. De alguna forma, a este pronóstico yo lo comparo un poco con los pronósticos de los temblores. Sabes que hay zonas donde va a temblar, incluso físicamente puedes ver cosas como la falla de San Andrés. Pero cuándo va a pasar y qué tan fuerte puede ser, no tienes idea. Entonces en un sentido... supongo que como político, si no te toca a ti, pues buena suerte, ¿no? Yo sí creo que esto se vino como una bola de nieve y a todo el mundo nos ha agarrado, alguien decía esta expresión, con los dedos en la puerta.
Mire, yo estoy discutiendo ahora, porque bueno… ahora estamos todos en esto, justamente de los escenarios posibles, imposibles. Hablaba con un amigo filósofo que cree que, como humanos, no podemos pensar que hay imposibles, pues los escenarios que se nos ocurren son combinaciones de los anteriores, etcétera. Y una de las cuestiones que estábamos discutiendo es si esta pandemia se podía esperar o no. A nivel personal no lo esperaba nadie. Pero a nivel político y a nivel de estados, hay estados como Corea del Sur que no solamente sabían que venía, sino que se estaban preparando. El caso de éxito de Corea del Sur creo que tiene que ver con dos cosas: su capacidad de control sobre la población —esto es algo importante, que también tiene China—, pero sobre todo que ellos ya estaban de alguna forma preparados con sus laboratorios, etcétera. El otro punto es este: ¿Cómo mides el éxito entre países?
Es algo que yo he pensado también. Pero, al menos viéndolo a través de la parte metodológica y de modelos, te diría que nuestra información entre los países es casi inconmensurable, en el sentido de que no podemos ni siquiera comparar. ¿Por qué? Para empezar, y aunque parezca algo muy tonto y muy simple, están registrando la información de maneras distintas: en Italia están anotando si los que murieron por covid también tenían alguna alguna otra condición crónica; en España están poniendo los confirmados por covid con una prueba y los confirmados clínicamente. Algunos médicos dicen que es clarísimo cuando alguien tiene esto, porque es una especie de inflamación a lo bestia que afecta sobre todo a los pulmones. Entonces, bueno, si yo estoy registrando de formas muy distintas no voy a poder saber por qué unos sí tienen éxito y por qué otros no. O por qué las políticas que sí funcionaron en algunos países, en otros no.
Yo creo que todo esto sí se va a ir aclarando, pero me parece casi increíble que en un mundo que parecía tan conectado y tan… de pronto esto nos rebasó. Y estoy hablando solo de la parte de cómo capturar la información...
Antes de terminar la conversación, aunque Aliseda Llera se dedique a la Filosofía de la ciencia y no a la Historia, parece inevitable preguntarle por momentos en la evolución de la medicina en los que una situación excepcional o un descubrimiento hayan cambiado presupuestos fundamentales o hayan hecho dar un salto a la disciplina. La investigadora entonces hablará de descubrimientos espectaculares como los rayos x o la anestesia, y, por supuesto, del caso de Ignaz Semmelweis: el médico húngaro que, en 1846, cuando era jefe de residentes en la Clínica de Maternidad del Hospital General de Viena, se propuso investigar por qué tantas mujeres que iban a dar a luz enfermaban y morían de lo que entonces se llamaba fiebre puerperal o fiebre de las parturientas. Después de hacer un “estudio sistemático, que ahora podríamos llamar estadístico”, Semmelweis encontró que en la sala de partos que era supervisada por los estudiantes de Medicina, las mujeres enfermaban y morían por esta infección mucho más que en otra sala idéntica, que era atendida por matronas. Su hipótesis fue que los estudiantes, que acudían a examinar a las parturientas después de hacer prácticas de anatomía con cadáveres, transportaban esa infección en sus manos. Entonces propuso como solución lavarse las manos. Semmelweis fue el pionero de la antisepsia sanitaria antes de que se hablara de los gérmenes y de su transmisión, pero su mérito fue observar de manera sistemática y recopilar datos estadísticos. Por un momento, escuchar a la investigadora mexicana hablar del descubrimiento de un médico húngaro que se ha convertido en una de las pocas certezas en medio de la pandemia —hay que lavarse las manos—, sirve para recordar las palabras de un poeta alemán, Friedrich Hölderlin: “Allí donde crece el peligro, crece también la salvación”

17 de abril de 2020

El día después



Marta Wolff- El Día después- cuarentena-

El día después es la gran incógnita. El encierro ha cambiado nuestros hábitos. La humanidad ya no se rige por los horarios a los que estaba acostumbrada. A pesar de ser racionales nos hemos movido por reflejos condicionados. El día de 24 hs. ya no lo es.

Nos levantamos tarde, lejos del habitual, porque nos acostamos también tarde. La televisión se ha convertido en el turismo que no podemos hacer, ver novelas sirven para meternos en la vida de otros, el celular ha ocupado el lugar del teléfono fijo que apenas suena, las teleconferencias han reemplazado a las famosas reuniones de ejecutivos, el zoom nos permite ver a familiares y amigos para charlar, al diario lo vemos por internet, las compras se hacen a distancia prudencial, a los vecinos los vemos en los balcones para cantar y aplaudir, limpiamos sobre lo limpio, cocinamos inventando menús, escuchamos otras voces y opiniones por radio, descansamos como si estuviéramos cansados, caminamos los metros de la casa como si fuera un cinta, hacemos gimnasia por videos, tomamos clases virtuales, los estudiantes van al colegio a través de una pantalla, si fallece un pariente o un amigo el duelo es por medio de un pésame, si hay niños hay que inventar entretenerlos, si hay amores amarse de memoria, si hay deudas seguirán siendo….e infinidad de cotidianas costumbres y obligaciones que día a día nos han convertido en seres que viven una nueva rutina impensada.

Y es a esa rutina a la que le debemos tener miedo porque nos hemos transformado en seres neutrales. Nuestro comportamiento es el de otra persona desde hace un mes. Los hombres pasaron a ser los esposos de sus esposas con las que conviven como nunca lo hicieron, las madres atendiendo a sus hijos sin tregua de estudio y actividades, la cocina es una usina de alimentación, el lavarropa funciona a pleno, los artículos de limpieza son el perfume de una primavera fuera de temporada, las salidas de cada uno pasaron a ser la permanencia en el hogar, las ventanas a ser el contacto con el afuera, los animales extrañan la vuelta al perro, el trabajo por mail o por comunicación una tarea en pijama, las mujeres con servicio doméstico son las amas de casa, la coquetería para conservar la feminidad las ha hecho manicuras, pedicuras y peluqueras y a los hombres en técnicos, ayudante de cocina y con las tareas con los deberes escolares de los hijos, las abuelas ausentes son una voz en el whatsaap o en el teléfono y el resto es un mundo en el que recién cuando llega al noche y se ven las luces prendidas de los edificios, cuando no se escucha el tráfico, cuando ni un alma se hace presente tocando el timbre….nos damos cuenta que al volver al rutina por los reflejos condicionados que hemos adquirido por el coronavirus nos va costar despegar por haber disfrutado a uno mismo poniéndolo a prueba, del hogar, de los seres queridos, de los valores invalorados por tanto auto contacto y con los demás como nunca. Tengo miedo del día después

2 de abril de 2020

Atención Integral para Adultos Mayores sin cargo

El área de Ciencias del Envejecimiento de nuestra Universidad brinda un servicio solidario y gratuito para
atención, escucha, acompañamiento y orientación a las personas mayores y/o sus familiares ante las
circunstancias excepcionales que nos toca vivir con motivo del COVID-19. Ofrece asistencia psicológica,
consejos en relación a cómo ocupar el tiempo libre en el hogar con actividades creativas y reconfortantes;
recomendaciones sobre alimentación sana y salud en general; y orientación ante conflictos familiares o
cuestiones de comunicación intergeneracional.
Este servicio lo lleva adelante un grupo de profesionales (médicos, psicólogos, nutricionistas, terapistas
ocupacionales y gerontólogos) con amplia experiencia en el acompañamiento integral de adultos mayores y
una profunda vocación solidaria.
Los interesados deben escribirnos a mayoresactivos@maimonides.edu dejando los siguientes datos:
Nombre y Apellido, teléfono fijo, teléfono móvil, correo electrónico y Skype en caso de tenerlo.
#SomosResponsables #UMAI

Coronavirus ¿Una oportunidad para conocer más sobre los adultos mayores?



La psicogerontóloga Graciela Zarebski indicó que si bien este grupo es más vulnerable desde lo biológico, tienen más riqueza emocional. ¿Cómo nos ayudamos mientras los ayudamos?
Por Celina Abud
Ambito.com
Los adultos mayores de 60 años con enfermedades de base como diabetes, hipertensión arterial, problemas cardíacos o respiratorios – entre otras comorbilidades – constituye la población más frágil frente al nuevo coronavirus SARS-CoV2, causante de la enfermedad Covid-19, por lo que la secretaria de Acceso a la Salud Carla Vizzotti refuerza siempre la recomendación de que “se queden en sus casas y que extremen las medidas de distanciamiento social y de higiene de manos”. A la vez, recordó que el contacto de este grupo “con alguien joven, aunque tenga una infección leve o ni siquiera sepa que está infectado, puede ser determinante para infectarse y tener una complicación”.
A esto se suma que si esta población está sobreinformada, puede sufrir angustia además de cruzarse con mensajes negativos como el que emitió este martes el vicegobernador de Texas, Dan Patrick, quien dijo que él mismo y otras personas mayores estarían dispuestas a morir para que la economía estadounidense continúe. Y remarcó: “aquellos de nosotros que tenemos más de 70 años, nos ocuparemos de nosotros mismos, pero no hay que sacrificar el país”.
Más difícil la tienen aún los adultos mayores que viven lejos de sus hijos que, al sentir más la soledad, pudieran llegar a salir más de lo estrictamente necesario.
Pero más allá de las vulnerabilidades propias de la edad o las comunes a las que todos vivimos estos tiemposde pandemia, podemos aprender de las experiencias de nuestros padres y abuelos y así ayudarnos a enfrentar esta coyuntura a la par que los ayudamos a ellos. Así lo plantea la psicogerontóloga Graciela Zarebski, vicedecana de la Facultad de Humanidades, Ciencias Sociales y Empresariales de la Universidad Maimónides, quien sostiene que “aislarnos físicamente para ser menos porosos hacia invasores invisibles puede ser una oportunidad para hacernos más permeables hacia nuestra interioridad y hacia nuevos estímulos, aprovechando la virtualidad que supimos conquistar”. Algo en línea con lo sostenido por el director general de la OMS, el doctor Tedros Adhanom Ghebreyesus, quien dijo: “Distancia física no quiere decir distancia social: tenemos que chequear regularmente cómo están nuestros ancianos, amigos, vecinos y parientes que viven solos para que sepan cuánto son apreciados y cuánto los amamos»,
Para la experta, los jóvenes deben escuchar a sus mayores más que nunca en este contexto, porque “si bien este grupo es ser más vulnerable biológicamente, eso está compensado con una gran riqueza de vida, ya que superaron adversidades y tienen más reserva emocional”, sostuvo Zarebski, siempre que se hable de personas autónomas.
“No salir más allá de lo imprescindible puede ser para muchos una fuente de ansiedad, no sólo por el miedo a la enfermedad, sino también al cambio que implica detenerse en la vorágine habitual, hacer un giro en la comunicación para mirarnos, hablar y conectarnos con lo mejor de lo humano. Quienes ya se han jubilado de algunas exigencias cotidianas, están acostumbrados a hacerlo. Las personas mayores, en gran parte ya lo saben porque el mismo curso de la vida se encargó de hacérselos saber. Y entonces ejercen el autocuidado, se recluyen, y adoptan nuevos hábitos, se conectan, puertas adentro, con intereses postergados. Una buena oportunidad para preguntarse: ¿Qué estaba relegando en mi vida?”.
A la vez, la experta señala que por la pandemia del coronavirus, todas las personas se ven obligadas a “a revisar más a los mayores, lo cual lleva también a revisar las falencias de nuestros sistemas de salud para no tener que descartarlos, eligiendo para ellos la muerte”. En un contexto como este, Zarebski destacó que puede aparecer lo mejor y lo peor de cada individuo y un ejemplo perfecto son los dichos del vicegobernador texano, Dan Patrick quien insinuó que esta población debería dejarse morir en pos de la economía.
“Por supuesto que aparecen mensajes de este tipo. Se está viendo también mucho el prejuicio hacia la gente mayor, incluso el rechazo, el dejarlos afuera del sistema. Es terrible que una sociedad tenga que descartar a sus mayores, y esta es una reflexión que tendrían que hacer los sistemas de salud de todo el mundo en cuanto a estar preparado y no tener que descartar de la vida a esta población”, indicó la experta, algo que que recuerda situaciones como las Italia donde, ante la falta de respiradores, debían elegir a quién salvar.
Recomendaciones en casos particulares
Una situación difícil en tiempos de aislamiento social preventivo obligatorio es la de los padres que viven en una ciudad diferente a la de sus hijos y nietos. Porque si bien se sugiere mantener una distancia física, saberse a kilómetros de distancia puede llevar a los adultos mayores a sentir la soledad de manera más profunda, e incluso salir más de lo estrictamente necesario. “Cuando estos son los sentimientos de los padres y abuelos que están lejos, se les recomienda a los hijos llamarles la atención sobre la necesidad de cumplir con las medidas del gobierno, advertir de los riesgos de contacto”, señaló la psicogerontóloga.
“Pero hoy la gran mayoría de esta población está conectada por redes. Entonces se debe incentivar a que se conecten o que usen el teléfono para hablar con sus amigos, o bien que busquen actividades nuevas que no tenían oportunidad de hacer antes dentro de la casa, como leer libros que fueron postergados, o realizar una tarea creativa”, agregó Zarebski. A la vez, destacó que en la actualidad se están dando redes de vecinos que llaman a la gente mayor del edificio para preguntarles si necesitan algo.
Es cierto además que el aislamiento puede poner en juego nuestra salud mental a cualquier edad y que se detectan casos de depresión. En ese sentido, la experta recomienda que los hijos investiguen qué servicios brindan atención psicológica para casos especiales, entre ellos el que ofrece el área de geriatría de la carrera de Psicología de la Universidad Maimónides.
Por último sugiere que este grupo etario regule los horarios en los que ven noticias para no estar sobreinformados y que en su lugar opten por actividades culturales que pueden realizarse online, entre ellas recorridas a museos como la que por ejemplo realiza Google Arts o en la página de la universidad para la que trabaja, entre otros sitios.
https://www.ambito.com/informacion-general/coronavirus/coronavirus-una-oportunidad-conocer-mas-los-adultos-mayores-n5091315

La pobreza espiritual de una sociedad que minimiza la muerte de sus ancianos


La pobreza espiritual de una sociedad que minimiza la muerte de sus ancianos

En tiempos de pánico parece que todo vale con tal de exorcizar el miedo. Uno de los mantras que algunos gobiernos (desalmados) y medios de comunicación (desinformados) han repetido bajo diferentes fórmulas – algunas a nivel subliminal – para intentar calmar a la población cuando el virus aún no estaba muy difundido es: ¡no os preocupéis, este coronavirus solo mata a los ancianos!
Jennifer Delgado
Yahoo Vida y Estilo
13 de marzo de 2020
Pero ese “solo” duele en el alma. Duele a quienes tienen ancianos a su lado y a quienes les queda un mínimo de sensibilidad. Porque la grandeza de una sociedad se mide por la manera en que trata a sus mayores. Y una sociedad que convierte a sus ancianos en piezas prescindibles ha perdido todos sus puntos cardinales.
En las culturas “primitivas” las personas más ancianas gozaban de una consideración especial porque se les consideraba reservorios de una gran sabiduría y conocimiento. El declive comenzó en la Grecia antigua y desde entonces no ha hecho sino empeorar, sufriendo en las últimas décadas una auténtica caída libre. El culto al cuerpo impulsado en aquel momento ha proseguido su curso inexorablemente. Pero una sociedad que venera el cuerpo es incapaz de ver más allá de las apariencias.
Una sociedad que venera lo superficial se condena a sí misma a la decadencia del alma. Esa sociedad empuja cada vez a más personas a preocuparse – y espantarse – por sus arrugas, lanzándolas en los brazos del floreciente negocio de la cirugía estética.
Esas personas en realidad no huyen de sus arrugas sino de lo que significan. Porque comprenden, en lo más recóndito de su ser, que esas arrugas son el inicio de una condena al ostracismo. Y si hay algo peor que verse las arrugas al espejo, es saber que ya no cuentas porque durante toda la vida has recibido los mensajes sutiles – y otras veces no tan sutiles – de que los ancianos poco importan.
La sociedad que minimiza la muerte de los ancianos se ha olvidado que ha sido construida por esos ancianos, esos que hoy se han convertido en un número que miramos con cierto estupor y desde la distancia, sintiéndonos falsamente seguros de que no nos va a tocar a nosotros. Fueron esos ancianos los que lucharon por muchas de las libertades que hoy disfrutamos. Los que recogieron los pedazos desechos de muchas familias durante la crisis y los que hoy están cuidando a sus nietos – aunque ello puede significar una condena mortal – porque les han suspendido las clases.
Por eso, aunque sea ley de vida que las personas mayores nos abandonen primero, no puedo sino estremecerme por esos ancianos a los que nadie tiene en cuenta. Por mis ancianos. Y también por mí misma. Porque a la vejez llegamos todos, incluidos esos que hoy presumen de juventud y sacan músculo de inmunidad. Y si bien es cierto que la muerte de niños y jóvenes conmueve, eso no nos da derecho a minimizar la pérdida de quienes han vivido más. Cada vida cuenta. Olvidarnos de ello nos insensibiliza y acerca peligrosamente a la sociedad distópica que dibujó Lois Lowry.
Por eso, no puedo evitar estremecerme al pensar que vivo en una sociedad a la que parece importarle más las consignas y la economía que las vidas. En una sociedad donde el progreso se mide en términos de PIB y tecnología en vez de hablar de bienestar y salud para todos y cada uno de sus miembros.
Por eso también me resulta escalofriante la tranquilidad con la cual se dice que el coronavirus “solo” afecta seriamente a los ancianos – una verdad a medias ya que también mueren personas jóvenes y saludables, como indicó el mayor estudio realizado hasta el momento – y a personas con patologías previas, aunque bajo el paraguas de “patologías previas” no se esconden enfermedades terribles sino problemas tan comunes como la hipertensión y la diabetes – como reconoció el propio Ministerio de Sanidad. Y en España, 16,5 millones de personas padecen hipertensión, según la Sociedad Española de Cardiología y 5,3 millones tienen diabetes, según la Fundación para la Diabetes. Y todos no son ancianos.
https://es-us.vida-estilo.yahoo.com/coronavirus-poblacion-riesgo-abuelos-adultos-mayores-ancianos-205521335.html