28 de marzo de 2020

Del diccionario y de la vida

Buenos Aires, Argentina
viernes 27.03.2020
  
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DÍAS DE PANDEMIA

Del diccionario y de la vida

En su "Momento Extraordinario de Oración en Tiempos de Epidemia", el papa Francisco deslizó un par de conceptos que aquí se recuerdan: "La tempestad desenmascara nuestra vulnerabilidad y deja al descubierto esas falsas y superfluas seguridades con las que habíamos construido nuestras agendas, nuestros proyectos, rutinas y prioridades. Y "Con la tempestad, se cayó el maquillaje de esos estereotipos con los que disfrazábamos nuestros egos siempre pretenciosos de querer aparentar; y dejó al descubierto, una vez más, esa (bendita) pertenencia común de la que no podemos ni queremos evadirnos; esa pertenencia de hermanos." En este contexto vale la pena leer con atención esta nota que Norma Cabada escribió en la web Tercer Ángel:


camilla covid 19
«Padre, decidme qué le han hecho al río que ya no canta.
Resbala como un barbo muerto, bajo un palmo de espuma blanca.
Padre, que el río ya no es el río.
Padre, antes de que llegue el verano, esconded todo lo que esté vivo.

Padre, decidme qué le han hecho al bosque que ya no hay árboles.
En invierno no tendremos fuego, ni en verano sitio donde resguardarnos.
Padre, que el bosque ya no es el bosque. Padre, antes de que oscurezca
llenad de vida la despensa.

Sin leña y sin peces, padre, tendremos que quemar la barca,
labrar el trigo entre las ruinas, padre, y cerrar con tres cerrojos la casa
y decía usted… Padre, si no hay pinos, no habrá piñones, ni gusanos, ni pájaros.
Padre, donde no hay flores, no se dan las abejas, ni la cera, ni la miel.

Padre, que el campo ya no es el campo. Padre, mañana del cielo lloverá sangre.
El viento lo canta llorando. Padre, ya están aquí… Monstruos de carne
con gusanos de hierro. Padre, no, no tengáis miedo, y decid que no, que yo os espero.

Padre, que están matando la tierra.
Padre, dejad ya de llorar, que nos han declarado la guerra.
«
Joan Manuel Serrat,
poeta español contemporáneo.
 
POR NORMA CABADA

CIUDAD DE BUENOS AIRES (TercerAngel). Buscando en el universo infinito de las letras, definiciones con las cuales verbalizar la realidad, me encontré con la sorpresa de que, frecuentemente, solemos caer en la trampa de enunciar nuestras vivencias utilizando palabras, cuyas raíces designan lo opuesto a aquello a lo que queremos hacer referencia; así por ejemplo, cuando aludimos a la convocatoria global, proclamada en estos últimos tiempos, al aislamiento social preventivo –entendido como una restricción imperativa de todo encuentro social y gregario – solemos asociarlo a la aparición de una “pandemia”, del griego πανδημία «Pandēmía», “reunión del pueblo”, palabra que se deriva en el sintagma “epidemia”, del latín «Epidemia«, y éste del griego, “ἐπιδημία” “epidēmía”; propiamente “estancia en una población”.
Tal como puede apreciarse, ambas acepciones presentan una relación inversamente proporcional con aquello que desatan, entendiéndose que toda palabra crea aquello que designa (Del lat. Designāre, es decir «diseño, creación«), debemos reconocer, al menos, que genera cierta perplejidad.
Discurriendo en estas cuestiones, y producto del aislamiento, me atreví, por pura rebeldía o por desvelo, a repensar a la sociedad en tanto predicativo por antonomasia. No resultó esfuerzo alguno; la sociedad que enuncia comunidad, pocas cosas tiene en común; el leguaje, por ende, no podía quedar fuera de tal dicotomía; la humanidad, legataria del don infinito de poner en palabras lo que siente, aquello que le duele, ama, desea, detesta o aspira, ha ejercido por siglos la tarea de abortar con sus actos, aquello que con su boca, gesto, pluma y silencio enuncia.
Quienes somos no concuerda con quienes decimos que somos; lo que pensamos no se refleja en lo que hacemos; lo que callamos es a menudo lo que gestualmente gritamos…
Se le adjudica a Albert Camus, filósofo nunca más evocado y citado que en estas latitudes y en estos tiempos, una premisa universal, corolario de la esencia humana: “Lo peor de la peste –dicen que él dice- no es que mata los cuerpos, sino que desnuda las almas, y ese espectáculo suele ser horroroso”.
Háyalo escrito, o no, tristemente, la Historia lo confirma.
Desandando las huellas de la humanidad en el terreno fértil de la duda, encuentro que hay coincidencia plena en el obrar humano ante ciertos hitos: toda teogonía, toda cosmogonía y toda antropogonía, acuñadas por las diferentes etnias, en diferentes tiempos y en espacios diversos, relatan un quiebre, un escenario en virtud del cual la cualidad sui géneris del accionar humano se torna universal: la peste.
«Peste«, del lat. «Pestis», presenta en el Diccionario de la Real Academia Española, nueve entradas:
  1. f. Enfermedad contagiosa y grave que causa gran mortandad.
  2. f. Enfermedad, aunque no sea contagiosa, que causa gran mortandad.
  3. f. Mal olor.
  4. f. Cosa mala o de mala calidad en su línea.
  5. f. Cosa que puede ocasionar daño grave.
  6. f. Corrupción de las costumbres y desórdenes de los vicios, por la ruina que ocasionan.
  7. f. Coloquial. Excesiva abundancia de cosas en cualquier línea.
  8. f. Germanismo. Dado de jugar.
  9. f. Plural. Palabras de enojo o amenaza y execración. Echar pestes.
Como sabemos, cada entrada del diccionario, se cifra numéricamente conforme a la mayor cercanía con su definición en sentido estricto, luego se extiende al sentido amplio, por extensión, por asimilación, connotación, etc. No obstante, y en ajuste al contexto del COVID-19, al menos en este caso, cada una de las entradas guarda estrecha relación con sus inmediatas anteriores y posteriores, componiendo una trama, cuya urdimbre la humanidad ha ido tejiendo desde su génesis, a voluntad.
He aquí una de las múltiples formas de desovillar la madeja, aleatoriamente por esta vez.
Les invito hagan la propia. Aquí va la mía.
"Se echó a volar el dado de hacer la historia, entonces, de la multiplicidad de formas de comunicación asequibles, la humanidad eligió el maldecir –decir mal-, en lugar del bendecir –decir bien – acerca de las vidas y de sus portadores.
Los seres más dotados de la Creación, lanzaron contra todo lo que respira y contra su hábitat continente, palabras de enojo y execración, echaron, echamos pestes, debemos incluirnos. Creamos en la misma medida en que nombramos, una excesiva abundancia de polución semiológica y semántica negativa: palabras, gestos, actos y silencios con carga emotiva sombría, falaz, tanática. Abrimos la puerta de la miserabilidad. La moral de la humanidad olvidó ajustarse su máscara de piedad y de amor al semejante; esa con la que solía salir a escena y se vistió de esa cosa mala, o de mala calidad en su línea, se maquilló de impiedad, de individualismo, de egoísmo y de otras malas yerbas.
El escenario de la vida puso en cartel tantas veces aquel drama, que su existencia se naturalizó. Cada uno podía verse reflejado en aquel espejo del desprecio por el otro y por el ambiente…
La humanidad comenzó a heder. No se trataba solo de cuestiones de los sudores, ni de los humores; el aire que se respiraba olía mal: mal olor en las palabras, mal olor en las conductas; mal olor en la ciencia del individualismo, de la egolatría, del culto a la imagen vacía de contenido.
Tan natural se tornó el ejercicio de la impiedad, que nadie lo había notado, hasta que la naturaleza reaccionó, se manifestó y mandó a los pobladores del mundo a auto confinarse. El universo convocó a Estado de Sitio, ejerciendo una monarquía, que algunos hasta entienden como teocrática, porque porta el poder en su linaje.
Los científicos le pusieron nombre. Aquel engendro que el desprecio por la alteridad había ido diseñando a través de los siglos, comenzó a llamarse COVID-19, una peste de origen ético, que se retroalimenta merced al desamor, y a la negligencia, y a la indiferencia, y que se propaga, sin acepción de persona, causando gran mortandad, curiosamente, entre quienes ya estábamos muertos en el paradigma del sálvese quien pueda."

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27 de marzo de 2020

Cuarentena total y tercera edad

Cuarentena total y tercera edad: cómo impacta el encierro en la gente mayor

Tras el anuncio que busca evitar que el virus se propague, son muchas las personas que deben adaptarse a este cambio. De qué manera la gente mayor, a pesar de ser más sedentaria, puede sufrir tanto física como psicológicamente esta medida
Es importante estar atentos a las personas de la tercera edad que están solos durante esta pandemia (Shutterstock)
Es importante estar atentos a las personas de la tercera edad que están solos durante esta pandemia (Shutterstock)
La pandemia del coronavirus está poniendo en jaque a la humanidad. Con el paso de los días y tras el anuncio de la cuarentena obligatoria en Argentina y en otros países como Italia o España, el confinamiento lleva a un cambio de hábitos que pueden provocar un malestar tanto físico como psicológico.

El mensaje fue claro: toda la población debe permanecer en sus casas. Si bien hay excepciones, hay una porción de la población a la que la cuarentena obligatoria puede afectar más que a otros: los ancianos.
“El hecho de estar en confinamiento es un cambio importante para los individuos, ni hablar para los abuelos. La tercera edad es una población más vulnerable, por eso es vital que se tomen medidas prontas en cuanto a la estimulación de las mismas para que no los afecte e impacte negativamente en sus vidas”, dijo a Infobae Pablo Bagnati, médico psiquiatra (MN 63538) del servicio de neurología del Fleni.

El especialista explicó que la generación que hoy transita la tercera edad suele tener una actitud “espartana” para resistirse a ciertos cambios pero que también puede desarrollar conductas de aislamiento que se amplifican demasiado por el confinamiento obligatorio, lo que puede llegar a ser peligroso. “Por suerte hoy contamos con tecnologías que permiten una mayor conexión social que se encuentran al alcance de la mano y posibilitan un acercamiento a esa persona en todo momento”, explicó Bagnati.

En este contexto, el profesional recomendó promover conductas resilientes como retomar lecturas postergadas, terminar una serie o simplemente reponer fuerzas en el sillón y así estimular lo conductual. “Es importante ser cautelosos con la sobreinformación, ya que tantas noticias como cantidad de muertos, infectados y demás cuestiones relacionadas que sobrepasan los límites necesarios y ponen a la persona en un estado de alerta continuo desgastando el bienestar psíquico”, apuntó el profesional.

El hecho del confinamiento es similar a vivir un duelo, ya que aunque sea algo transitorio, de acuerdo al profesional, las personas atraviesan un proceso similar: “En la primera etapa se enojan y hasta pueden tener ira. En la segunda pueden pasar por un poco de depresión y finalmente se supera cuando se empieza a valor más lo que tiene a su alrededor de lo que el encierro le privó”.

En cuanto a los hábitos a los que “invita” la cuarentena, el especialista también apuntó a los hábitos sedentarios y que es importante evitarlos a toda costa: “El encierro nos lleva a abandonar en muchos casos los buenos hábitos alimenticios, el ejercicio físico y también mental por eso es importante no perder el equilibrio y tener en cuenta que la cuarentena es un factor sostenido en el tiempo y hay que volver de a poco a la rutina”
.
“Es importante que el entorno de la persona mayor tenga un mensaje positivo para darle a ese abuelo o abuela, no sobreinformarlos ni tener una actitud alarmista sobre el tema. Por otro lado, siempre recomendar que si la persona está con algún síntoma, la cuarentena no significa no concurrir al médico, estar muy atentos”, enfatizó el profesional.

A pesar de que la tercera edad es una población más estoíca y acostumbrada a estar solos o a pasar más tiempo con menos estímulos, es una población de riesgo a la que, según el especialista, debemos estar atentos ya que el peligro está en que tienden a aislarse, a ser sedentarios por eso es vital el rol del entorno para con esto

25 de marzo de 2020

El verdadero peligro es la autocomplacencia, no el pánico

El verdadero peligro es la autocomplacencia, no el pánico

Por Benedict Carey

El panorama de los estantes vacíos en los supermercados (una imagen que se está compartiendo mucho en las redes sociales) aunado al temor de una amenaza invisible es la receta perfecta para desatar la histeria colectiva. Pero, hasta ahora, a pesar de los mensajes contradictorios de los funcionarios gubernamentales, la escasez de pruebas para detectar la enfermedad y la falta de recursos en los hospitales, existe poca evidencia de que se haya desatado un pánico generalizado.
De hecho, las investigaciones sobre la toma de decisiones bajo amenaza sugieren que las preocupaciones de un inminente pánico de masas están muy fuera de lugar, de acuerdo con Ido Erev, profesor de Ciencia Conductual y Administración del Instituto de Tecnología de Israel Technion en Haifa, Israel. Erev es el presidente de European Association for Decision Making. La siguiente conversación ha sido ligeramente editada con fines de claridad.

En situaciones de amenaza, ¿cuándo se convierte en pánico la precaución?

Lo que encontramos es que hay grandes diferencias entre los individuos en cuanto a cómo responden a amenazas como esta. Todos tienden a reaccionar de forma exagerada al principio. Pero luego, un poco de experiencia invierte esa sensación en la mayoría de las personas y empiezan a creer que “no me pasará a mí”.
Una minoría de personas, entre el 10 y el 30 por ciento, dependiendo de la situación, sigue sobrestimando el riesgo y se comporta de forma más histérica o reacciona de manera exagerada. Estas son las personas principalmente responsables de la oleada de compras de papel higiénico y las que vacían las estanterías. Esto es un problema, por supuesto, porque puede provocar el mismo tipo de comportamiento en otros. Pero lo importante es que se trata de una minoría. La mayoría de la gente tiene el problema opuesto.

¿Entonces el efecto general es que haya más autocomplacencia que pánico?

Sí. Volví a Israel después de un año sabático en Estados Unidos durante la segunda intifada, en 2002. Los funcionarios decían que era extremadamente peligroso estar en cafeterías, y mi esposa y yo compramos una cafetera de lujo y nos quedamos en casa. Durante unos días, las cafeterías estuvieron casi vacías, y los turistas ciertamente dejaron de venir. Pero los habitantes volvieron a salir y pronto los lugares se llenaron nuevamente. Sabíamos que todavía era peligroso, solo que con el tiempo empezamos a infravalorar el riesgo.
Es probable que ocurra lo mismo con el coronavirus. La gente se aislará por un tiempo y luego, cuando no pase nada, cuando no se enfermen, comenzarán a salir de nuevo y tomarán más riesgos de los que habían planeado.
Este tipo de comportamiento se ve en una amplia variedad de experimentos. Puedes dar a la gente la posibilidad de elegir entre dos opciones poco atractivas en un juego repetido: perder con toda seguridad una sola moneda o un 5 por ciento de probabilidad de perder veinte monedas. La mayoría de las personas prefiere la opción segura en los primeros cinco intentos, pero luego cambian su preferencia por la opción más arriesgada y la eligen alrededor del 65 por ciento de las veces. Puedes ajustar los riesgos relativos de las opciones, introducir incertidumbres y otros factores del mismo estilo, pero se va a ver un patrón similar.
La investigación sugiere, en efecto, que si dejas que las personas decidan por sí mismas cómo reaccionar, obtendrás dos tendencias problemáticas: una mayoría tomando progresivamente más riesgos con el tiempo y una pequeña minoría exhibiendo conductas de pánico, como almacenar provisiones
.
¿Hay estrategias eficaces para retardar o reducir los efectos de esas tendencias?

Ser consciente de ellas es útil, creo. Es probable que la mayoría de nosotros subestimemos el riesgo en las próximas semanas.
Para los líderes, mi investigación destaca el valor de hacer cumplir las reglas, por ejemplo, con la imposición de pequeñas multas a las personas que las violen. Aunque este tipo de políticas puede violar los derechos civiles, creo que, en el contexto del coronavirus, el beneficio es mucho mayor que el costo. Yo llamo a esto una imposición gentil de reglas: aplicación firme, pequeñas multas. Lo hemos visto funcionar, por ejemplo, en la mejora del cumplimiento de las medidas de seguridad entre los trabajadores de las fábricas. Creo que el mismo tipo de enfoque es inteligente para los países y estados que están considerando políticas para que la gente se quede en casa.

23 de marzo de 2020

Los miedos

Ideas

Los miedos. Vivir en un mundo incierto, sacudido por una amenaza global

Santiago Kovadloff

21 de marzo de 2020  


"El siglo del miedo". Así designó Albert Camus al siglo XX. Pero bien valen sus palabras para lo que va del actual. El nuestro sigue siendo un mundo en manos del miedo.
Fue también Camus quien supo brindarnos, en su novela La peste , un escenario de conflictos en los que podemos reconocer la atmósfera agobiante de estas horas.
El asalto imprevisto y devastador que sufre nuestra especie por parte del coronavirus prueba que el miedo no se origina únicamente en los males desencadenados por el hombre. Somos criaturas subordinadas a más leyes que las establecidas por la razón y las pasiones. Estamos expuestos a riesgos y formas de exterminio que no solo provienen del desprecio por la convivencia pacífica y los derechos humanos. Unos y otras se derivan también de nuestra fragilidad orgánica. De enfermedades a las que somos propensos y que se suceden a lo largo de la historia con una misma intención aniquiladora. A muchas, el ingenio humano ya ha sabido vencerlas tras pagar el alto precio de muertes incontables. A otras, aún no. Entre ellas está la pandemia actual. Su paso entre nosotros sigue siendo el de los Jinetes del Apocalipsis.
¿Qué la detendrá? ¿Hasta cuándo el miedo tendrá la última palabra?
Volveré sobre él en el desenlace de este ensayo. Vale la pena hasta allí no subestimar otras configuraciones del miedo que no son menos significativas.
Hoy resulta agobiante el desafío planteado por el calentamiento global. No todos lo advierten y no faltan quienes lo nieguen. Pero se trata de una catástrofe planetaria que dilata más y más sus fronteras y de la que nosotros somos promotores. Cuanto mejor se conocen los motivos que impiden el progreso de las cumbres climáticas, más crece el miedo que despierta el desapego a las soluciones ambientales.
¿A qué aspira el hombre? ¿A terminar con su especie?
La conclusión de Camus resuena todavía con intenso laconismo: "Vivimos en el terror porque la persuasión ya no es posible".
Finalizada la última centuria y repasando sin concesiones sus rasgos distintivos, otro escritor, Tony Judt, no dudó en designarla como una "nueva era del miedo". La coincidencia entre él y Camus dista de ser casual. Menos aún, infundada. Pese a tantos adelantos que la han prolongado, la pérdida de valor de la vida humana es el signo distintivo de nuestro tiempo. Puesto al servicio del poder, el progreso se ha desentendido de la ética. Ese desamparo esencial ha bastado para que el miedo se afianzara en nosotros allí donde la prevención en salud, el confort y el desarrollo del saber parecían destinados a desarraigarlo.
Más allá de las diferencias existentes entre las democracias mejor desarrolladas y las que no lo están, hay que decir de la nuestra que, con su anemia institucional crónica, figura entre las que menos disimulan esa pérdida de valor que ha recaído sobre la vida humana. Bastan, para recordarlo, tres ejemplos recientes, indisociables del crecimiento alcanzado, en la Argentina, por el miedo social. Siguen impunes el peor atentado terrorista sufrido por el país (AMIA, 1994), el asesinato del fiscal de la Nación que se había propuesto demostrar la complicidad de la política local en el encubrimiento de ese atentado (Alberto Nisman, 2015) y el crecimiento atroz de la pobreza en uno de los países más ricos de la Tierra.
Lejos de terminar con el miedo, el país que retornó a la vida democrática en 1983 lo ha potenciado. La razón es clara: la decadencia inocultable. La ley, entre nosotros, no resistió la embestida de la perversión política. La demagogia y la ineficiencia destruyeron la economía, el Estado, la educación. El deterioro de la República ha vaciado de consistencia la palabra constitucional. La inseguridad, entre nosotros, abarca todos los órdenes y no ha hecho más que extenderse. La Argentina sigue siendo un oscuro país.
El apego a la cautela y la mesura, pregonado sin descanso por los trágicos griegos, se originaba en el terror inspirado por la catástrofe sufrida invariablemente por quienes caían en el desenfreno de la autosuficiencia. Enmascarándose en la cordura aparente, ese desenfreno se arrogaba los atributos de la razón cuando en verdad solo era expresión de una pasión ciega, intransigente, obstinada. De más está decir que su actualidad no ha cedido. Es "miedo a la vida", en lo que tiene de irreductiblemente complejo. Así lo llama Rob Riemen.




El miedo a la oscuridad. Nadie lo desconoce. Yo, por supuesto, tampoco. Es un lugar común de la experiencia infantil. Y, como en el caso de tantos hasta donde me lo asegura la memoria, el miedo a la oscuridad fue el primero de mis miedos.
Al desvanecerse las formas de mi cuarto tras la puerta que mi madre cerraba por la noche, me sentía atrapado en esa realidad amorfa y espesa que, como una marea ascendente, amenazaba con tragarme. Aterrorizado y a fuerza de llorar, lograba mi propósito: la puerta volvía a abrirse. Un resquicio de luz probaba que mi lamento había sido escuchado.
No solo una amenaza puede opacar el día y dejar oír en nosotros el latido del miedo. El miedo puede provenir también de las palabras que llevan a presentir un propósito oscuro en quien las pronuncia. El psicópata es un brujo que ejerce como nadie el sortilegio de instilar esa oscuridad en la expresión de su propósito aparente.
El silencio con que alguien acoge un pedido acuciante de ayuda u orientación puede ser un signo de oscura hostilidad e infundir miedo al rechazo, a la incomprensión, a la indiferencia.
Conozco bien el miedo a las pesadillas recurrentes. No hablo de las ocasionales, hablo de las que insisten y se adueñan de noches sucesivas. De las ineludibles. De las que inquietan, previsibles como son, a fuerza de reiteradas. ¡Qué impotencia ante ellas al saber que en el sueño nos aguardan como verdugos en un cadalso! No retroceden ni aun cuando se las verbalice. Son, en mi caso, calles por donde deambulo sin fin, siempre extraviado. Regiones inhóspitas cuyos idiomas ignoro y al oírlos, en boca de quienes me hablan, me desespero por no entender ni saber darme a entender. Aguas más y más enardecidas que van creciendo a mis pies, inesperadamente, cubriéndome poco a poco sin que logre apartarme de ellas y que me van sepultando. Solo el miedo habla en esas pesadillas. La opresión que promueven no cede al despertar. Su estela es indeleble. Sé que volveré a caer en ellas. Su fatalidad: ese es mi miedo.



El miedo no es temor. Nadie atrapado por el miedo encuentra amparo. Solo el temor nos pone a resguardo, a veces, de esa intemperie. Por eso, el miedo y el temor no se equivalen. El temor es intuición de una amenaza. Preaviso. El miedo es esa amenaza consumada.
Temor y miedo se eslabonan sin confundirse. El miedo ejerce su intendencia allí donde el temor se ha visto superado. Es que el temor precede al miedo. Advierte. Es una señal. Quien lo siente, presiente. Recela, sospecha. Capta una voz que susurra la inminencia de algo peor.
El miedo, en suma, es un corolario. El temor, un preámbulo. Donde el miedo impera ninguna otra emoción logra imponerse.
El miedo a la libertad. En 1941 se publicó en Estados Unidos un libro que lleva ochenta años dando pruebas de su fortaleza argumental: El miedo a la libertad .
Erich Fromm acierta al decir que el hombre de su tiempo, fuera del espacio laboral que semanalmente ocupa, tiende a ser incapaz de apropiarse de su vida. La privacidad, el escenario íntimo sin sujeción a horarios preestablecidos, el tiempo no programado por el mandato profesional lo desasosiegan, lo desorientan. Denuncian ante sus ojos la presencia de un desconocido: él mismo.
¿En qué ha cambiado la situación desde entonces? Convertido predominantemente en un subordinado a las pantallas electrónicas, el hombre de esta época ha sacrificado en buena medida el empeño en fortalecer su espíritu crítico. Google opera por él. Su autonomía espiritual tiende a sucumbir en el altar de la tecnocracia, el entretenimiento mecánico y el encuentro básicamente virtual con sus semejantes. Mediante su presencia en las redes, se concibe socialmente activo. Se considera libre arrogándose una representación política que niega a las instituciones tradicionales de la democracia. Su soledad, sin embargo, es la que se ha dilatado a la par de su inconsistencia subjetiva. Y con ella ha crecido, como ha sabido decir Julio María Sanguinetti, el miedo a la libertad: "La sociedad de consumo ofrece (a las clases medias) más bienes culturales y de comodidad, pero constantemente les crea nuevas necesidades. La libertad perece en manos de la amoralidad embriagadora de la comunicación espontánea".
Se trata, como se aprecia, de un nuevo cautiverio. La libertad sigue siendo vivida con miedo, poblada como se la siente de abismos y espectros que reflejan la fragilidad extrema de quien cuenta con ella. Al unísono, ese cautiverio es expresión de una elección dramática: la que hace de nuestra sujeción a los objetos fuente proveedora de sentido.
Quien teme la soledad se teme a sí mismo. No hablo de la extrema soledad del náufrago, lindante con la agonía. Ni de la del prisionero aislado en su celda. Hablo de quien, viviendo en sociedad y disponiendo de libertad, se sabe solo. Se siente solo. Esa soledad que desata miedo tiene un rostro: el nuestro. Somos lo que nos da miedo. Lo que abruma cuando entre uno mismo y eso que "da" miedo no media la presencia de nadie ni de nada.
¿Qué nos provoca miedo estando a solas con nosotros mismos? ¿Quién toma la palabra y aturde nuestros oídos en esas horas en que nadie nos habla ni nadie nos reconoce? ¿Qué sino esa irreductible alteridad que nos duplica y viene a decir de nosotros y a nosotros lo que no queremos oír ni recordar?
Al que frecuenta su soledad con provecho las diferencias que guarda consigo mismo no lo abruman. No lo desorienta estar solo. Su soledad es un escenario más de esa existencia donde se reconoce sin agotar lo que sabe de sí en una imaginaria identidad inamovible.
Quien en cambio concibe su soledad con miedo se ve, en ella, privado de significación, expuesto a un sinsentido aplastante. Esa es su hora crucial. La de su anonadamiento. La que opera implacablemente como su espejo.
Pero más allá de esta heteronomía "interna", que frustra la aspiración del Yo a creerse una totalidad y saberse por entero, se encuentra ese otro de carne y hueso al que llamamos prójimo, semejante, extranjero o adversario. Es el que con su palabra, sus costumbres, sus ideas y sus valores contraviene el pretendido alcance absoluto de nuestros criterios. Es el que acota nuestra presunta universalidad. Es el que nos impone con sus diferencias la necesidad de buscar consensos, acuerdos, coincidencias capaces de atenuar distancias, si es que aspiramos a convivir con él.
La literatura clásica, Shakespeare en especial, ha sabido presentar las formas sanguinarias que puede tomar esa tenebrosa necesidad de terminar con el miedo al otro mediante su asesinato. Sin olvidar que, ya desde antiguo, allí estaban Caín y Abel.
¿Qué son Ricardo III y Macbeth sino ejemplos mayores de ese miedo insuperable al otro que promueve la desconfianza primero y el crimen después? Maquiavelo lo sugirió con maestría en El príncipe . El miedo que induce al asesinato termina con frecuencia en autoexterminio. En la conversión de uno en un otro intolerable para sí mismo.
Un mundo con miedo. Un último miedo, un miedo inesperado, reclama su lugar en esta página. Lo tuvo al comienzo de esta reflexión y, dada su actual contundencia, no puede menos que tenerla en su desenlace. Es el miedo que genera la indefensión ante un mal implacable.
Ya se sabe que sus proporciones geográficas son planetarias. Sus víctimas también lo son. El miedo al contagio roza el pánico. La posibilidad de contraer la enfermedad es inmensa y nos aterra. La ciencia aún no ofrece amparo. No solo estamos ante una peste inédita. Estamos también, y ante todo, frente a una peste que se muestra, por el momento, invulnerable a una derrota.
Ensañada básicamente con la población de más edad, ataca sin embargo indiscriminadamente. El coronavirus es también infanticida. Enferma indistintamente y mata selectivamente. La aparente precisión del nombre que lo designa, Covid-19, no lo transparenta. Como el virus es invisible a simple vista, el miedo que despierta recae sobre sus posibles portadores. Reales o virtuales, lo somos todos. Y todos hemos pasado a ser sospechosos para todos. Los gestos más afables pueden ser los portadores del mal más profundo. Ya nadie puede asegurar que sabe con quién está. Ni siquiera cuando se refiere a sí mismo.
Así, el otro, incierto desde siempre, se convierte en una nueva amenaza. Su peligrosidad ya no es ideológica ni étnica ni religiosa. El otro es ahora un organismo peligroso. Su proximidad compromete nuestra subsistencia. El miedo paraliza las relaciones que hasta ayer fueron espontáneas. La vida cotidiana se disuelve en la incertidumbre. No obstante, las circunstancias exigen que actuemos solidariamente. Nada asegura que lo hagamos pero todo lo reclama. La peste no deja margen para más. Es ella o nosotros. 

19 de marzo de 2020

Cuarentena ¿Qué hago con mis padres?

OPINIóN | Hoy 13:27

Cuarentena: ¿Qué hago con mis padres?

Es la queja de todos los hijos adultos por estos días. El grupo de mayor riesgo se vuelve inmanejable en plena expansión de la pandemia.
Un twittero con sentido del humor hizo ayer la lista de los “villanos” del coronavirus. En su ennumeración fatal, junto con los acopiadores de papel higiénico y el entrenador que golpeó al empleado de seguridad de su edificio aparecía “mi vieja que quiere hacer vida normal”. La periodista y escritora Florencia Etcheves, un día antes, había declarado en un tweet que sus padres le daban más trabajo que sus hijos encerrados entre cuatro paredes.

Frases como estas abundan por estos días en las redes, en los chats y las charlas telefónicas de hijos de mediana edad, respecto de sus padres, el grupo de mayor riesgo en la pandemia: los adultos que superan los 65 años.

¿El reclamo principal de esos padres? Salir a la calle; aunque en la televisión repitan cada tres minutos que son el sector social con más riesgo al contraer el coronavirus y que las consecuencias de contagiarse pueden ser fatales para ellos.
Los padres no se resignan a pasarse días encerrados, a no hacer vida normal, a no ir al supermercado, a su clase gimnasia, a la casa de sus amigos o a comer pizza en la esquina.
Esta semana, en un artículo escrito por Michael Schulman en The New Yorker, titulado “Convenciendo a mis padres 'boomer' de tomarse en serio el coronavirus”, el periodista aborda la cuestión y da una posible explicación a tanta resistencia. La palabra “boomer” del título, que alude a la generación del “baby boom” (los nacidos durante la explosión demográfica posterior a la Segunda Guerra mundial, que hoy tienen entre 55 y 75 años) tiene mucho que ver con la interpretación de Schulman. El periodista se pregunta cómo transformarse a sí mismo en el protector de sus padres cuando estos forman parte de una generación tan excepcional: hombres y mujeres que hicieron todas las revoluciones (Mayo francés, The Beatles, anticonceptivos, quema de corpiños, etc) y también, los primeros que llegan a edad avanzada en tan buen estado de salud mental y física.
Para intentar entender los motivos de esta rebeldía tan irracional, se pueden arriesgar otras explicaciones. Así como quien sufrió alguna vez una depresión no se permite quedarse en la cama y se obliga a salir todos los días a la calle; los adultos mayores saben que su estado de salud mental y físico depende de que pongan en juego toda la voluntad posible para moverse, socializar y tener una agenda nutrida. Esa agenda, que suele ser tan inexorable y fija (mucho más que la de los jóvenes, siempre abiertos a los cambios de rumbo) es también la garantía de un equilibrio que en la vejez se vuelve indispensable.
Una interpretación más filosófica nos recuerda el imperativo de disfrutar de cada día (“carpe diem”, se llama en latín a esta pulsión por gozar de la vida), que se vuelve cada vez más imperioso a medida que se avanza en los casilleros del calendario personal. El encierro, entonces, aparece como lo opuesto al ritmo vital que palpita en las calles, los bares, los teatros, los cines, las fiestas y las reuniones con amigos.
Una última razón: el juego de poder que atraviesa cualquier relación de padres e hijos, distribuye el peso de la autoridad, la autonomía y el conocimiento del mundo de modo diferente en cada etapa de la vida. Ahora a ellos les toca un rol más pasivo. Entonces, pueden descargar el peso de la responsabilidad en los más jóvenes y permitirse una irresponsable rebeldía.
En resumen: esta circunstancia extraordinaria trastoca todos nuestros hábitos y certezas, y esto vale para chicos, padres y abuelos. Paciencia y amor es el único camino. Y en dosis masivas, porque esto recién empieza.

16 de marzo de 2020

Balance


Balance

El blog ha llegado a cien publicaciones. Es un número emblemático, porque puede ser el pronóstico de vida de los viejos para el año 2050 . Hemos pretendido reflejar nuestro interés por la problemática que nos aqueja, y también involucrarnos en aquellas cuestiones que hacen a la vida cotidiana. Del otro lado están nuestros visitantes anónimos que nos visitan y que son el motivo de nuestra satisfacción. Es una tarea gratificante que compartimos silenciosamente con nuestros lectores. Los números de la estadística son los siguientes:

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92
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15 de marzo de 2020

La longevidad en el siglo XXI


La longevidad en el siglo XXI

La población mundial está envejeciendo, y los seres humanos pasamos más tiempo en el planeta Tierra que el que pasábamos antes. Según la Organización de las Naciones Unidas (ONU) hay una extensión del ciclo de la vida relacionada a factores biológicos, sociales, culturales, políticos, económicos y hasta antropológicos.
Gabriela Gallo
Perfil
22.2.2020
De acuerdo a este organismo, a nivel global la población mayor de 65 años está creciendo a un ritmo más rápido que el resto de los segmentos poblacionales.
En 2018 las personas de 65 años o más superaron por primera vez en la historia el número de niños menores de cinco años en todo el mundo, y se estima que en los próximos años el número de personas de más de 80 años o más se triplicará, pasando de 143 millones en 2019 a 426 millones en 2050.
Para 2050 se prevé que una de cada seis personas en el mundo tendrá más de 65 años (16%), más que la proporción actual de una de cada 11 personas en este 2019 (9%).
Los datos relevados por la ONU abren un nuevo arco de interrogantes: ¿cómo pensar en nuevas formas de adultez dignas, con derechos y calidad de vida para un envejecimiento activo y saludable? Que una sociedad tenga mayor esperanza de vida ofrece oportunidades no solo para las personas mayores y sus familias, sino para toda la sociedad en su conjunto.
Según los censos realizados en Argentina en 1991 y 2010, mientras la población de niños de 0 a 4 años se mantuvo en el mismo nivel durante veinte años, la proporción de adultos mayores de 65 años o más creció un 42%, lo que ratifica que hoy hay más mayores que antes.
“Si las personas mayores pueden vivir esos años adicionales de vida con buena salud y en un entorno propicio, podrán hacer lo que más valoran de forma muy similar a una persona joven. En cambio, si esos años adicionales están dominados por el declive de la capacidad física y mental, las implicaciones para las personas mayores y para la sociedad son más negativas”, plantea la ONU ante este fenómeno.
Esta rama de la ciencia que se dedica a estudiar los diversos aspectos de la vejez y el envejecimiento de la población, además, comprende sus necesidades físicas, mentales y sociales, incluyendo cómo estas son abordadas por las instituciones públicas y privadas de la sociedad.
Como una rama clave de la salud, la gerontología se estudia en las universidades del país para hacer foco en este sector de la población frecuentemente olvidado, pero cada vez con mayor incidencia demográfica.
En este contexto, pensar en profesionales que atiendan a los adultos desde una perspectiva integral y de derechos se convierte en un desafío para las universidades. Deben ser tomadas en cuenta dimensiones biológicas, psicológicas, sociales, culturales, económicas, recreativas, ocupacionales y educativas, por solo nombrar algunas.
Bajo este panorama de cambios poblacionales, resulta fundamental que desde el ámbito académico comiencen a plantearse nuevos desafíos para la comunidad universitaria, que contemplen futuros profesionales de la gerontología abocados a las necesidades que el mundo y la evolución necesitan.
https://www.perfil.com/noticias/columnistas/la-longevidad-en-el-siglo-xxi.phtml

12 de marzo de 2020

UNIVERSIDAD MAIMONIDES Talleres pra adultos 2020


TALLERES PARA ADULTOS 2020


TALLER
HORARIO
Inicio
DOCENTE
CODIGO
Cobranza
LUNES




Un espacio para nosotros (Reflexión para varones)
16 a 17.30
9/3
José Luis Gravino
8U
MARTES




Análisis Sociológico de la Realidad  (completo)
15 a 16:30
10/3
Sofía Aptekman
AN
Análisis Sociológico de la Realidad  (completo)
16:30 a 18
10/3
Sofía Aptekman
AN
Estimulación de la Memoria             
14 a 15:30
7/4
Marta Waldmann
TM
Literario
16.30 a 18
7/4


MIERCOLES




Antropología del período bíblico                               *
14 a 15:30
11/3
Sofía Aptekman
6I
Análisis Sociológico de la Realidad                          *
15:30 a 17
11/3
Sofía Aptekman
AN
Arte y Vida
15 a 16:30
8/4
Carmen de Grado
83
Arte y Vida
16:30 a 18
8/4
Carmen de Grado
83
Eutonía
15 a 16.30
Marzo
Mónica Griffin
AO
JUEVES




Antropología del período bíblico                               *
15 a 16.30
12/3
Sofía Aptekman
6I
Estimulación de la Memoria 
15 a 16:30
16/4
Marta Waldmann
TM
Análisis Sociológico de la Realidad  (Oriente Medio)
16.30 a 18
26/3
Sofía Aptekman
AN
VIERNES




El Humor es cosa seria
15 a 16:30
Abril
Graciela Spinelli
EA
El Humor es cosa seria                       
16,30 a 18
Abril
Graciela Spinelli
EA

Arancel mensual: $1300

ENCUENTROS PARTICIPATIVOS (Charlas debate con especialistas)
Lunes de 14.30 a 17 hs – Aula 210
Fechas:
6 y 20 de abril
4; 11 y 18 de mayo
8 y 22 de junio
6 y 20 de julio
3 y 24 de agosto
7 y 21 de septiembre
5 y 19 de octubre
2 y 16 de noviembre
Arancel mensual: $ 700


Informes e inscripción:
Hidalgo 775 – of 506 5º piso
gerontología@maimonides.edu
Tel: 4905-1159 (11 a 17 hs)