28 de febrero de 2020

"No tenías que haber ido sola/o: me llamás y listo"

“No tenías que haber ido sola: me llamás y listo”

En el reproche del hijo adulto al progenitor anciano suelen latir la incomprensión, la prisa, las brechas generacionales y también –advierte la autora de esta nota– el rencor por “los años infantiles en que ellos decidían por nosotros, terciaban entre hermanos y nunca nos gustaba el veredicto” y, “más inconscientes aún, las nostalgias del paraíso perdido, del suministro permanente”.
Por Gloria Gitaroff
Página/12

Tarde de verano, mesas en la vereda, café y diarios. En la mesa contigua, una mujer, ¿75, 80?, y su hija, ¿50, más? La madre tiene un vestido claro, celeste como los ojos, y el pelo plateado, por supuesto que no de tintura sino de canas. La hija, espléndida como saben serlo ahora las mujeres de su edad, tiene un celular en la mano.
La que yo supongo la madre está replegada en el asiento, como pidiendo disculpas: se ha portado mal, aunque no parece saber a ciencia cierta qué es lo que hizo de malo, y arriesga una tímida defensa que no alcanzo a escuchar, pero que no es aceptada.
–No tenías por qué haber ido sola –ha contestado la hija–. Me llamás y listo, yo te acompaño.
Si la señora está ahí, no debe de haber sido tan grave lo que hizo, es indudable que pudo ir y volver, pienso tomando partido, más bien por una cuestión gremial, del lado de las madres.
La voz de ella me resulta inaudible. La de la hija, en cambio, me llega claramente.
–No veo la necesidad de que hagas lo que se te dé la gana y no me importa que la tía te diga lo que te diga.
Mientras pienso que es cierto que los adultos mayores necesitan ayuda, también es cierto que no son chicos, como a veces se dice de ellos, y empiezo mentalmente a escribir lo que sigue.
Le cedo la palabra al pintor y escultor español Antonio López, que en una entrevista reciente (en http://www.march.es/videos/?p0=249&l=1) habla, a los 77 años, de su propia vivencia acerca de su edad. Dice que, a pesar de sentirse feliz por haber elegido algo que le ha gustado y le ha seguido gustando toda la vida y lamentar que otros no tengan esa suerte, aunque tiene una buena salud, le pasan cosas: hay amigos que se han muerto, le duele la sociedad actual y, en todo caso, “es una edad en que la vida te hace vivir cosas ásperas”.
Ahora bien; es sabido que es muy difícil para las personas más jóvenes tener una clara noción en cuanto a de qué asperezas habla alguien mayor, ya que es una experiencia que todavía no les ha llegado (y es más difícil todavía si se trata de su madre o su padre). Incluso los viejos van aprendiendo el oficio de serlo a medida que lo viven, porque tampoco han tenido antes esa experiencia.
Está además la brecha generacional entre padres e hijos, y ahora la cuestión se complica, porque han aparecido nuevas categorías. Son las de nativos informáticos, o por adopción, versus forasteros resistentes: jóvenes que saben cómo moverse en Internet y viejos que no saben, o al menos que les cuesta más aprender.
Un paciente me dice de su padre que, por más que le insista, no lo escucha, él sigue yendo al banco en lugar de hacer los trámites por Internet, si ahora todo se puede hacer por Internet. Lo que no se puede hacer por Internet es entender que cada persona tiene preferencias, marcadas por su historia, sus aficiones y su momento vital. No hay una única manera de hacer las cosas, aunque por lo general a cada uno le parezca que la propia es la más sencilla, eficaz y adecuada.
Tal vez si la hija de la mesa del café le hubiera preguntado a su madre por qué fue sola, se habría enterado de que le gusta seguir caminando por ese recorrido que siempre hizo y que quiere comprobar cada día que puede seguir haciéndolo a su propio paso, ya que de tanto en tanto le preocupa la posibilidad de que algún día no pueda; que le gusta charlar de pasada con el diariero, o que prefiere que su hija no la acompañe, con la mejor de las voluntades pero apurada y pensando en otra cosa, porque la hija está en la edad en que tiene que ocuparse de muchas cosas a la vez.
O, si mi paciente le hubiera preguntado a su padre por qué no quería hacer los trámites por Internet, él le podría haber explicado que le lleva un tiempo precioso (el valor del tiempo aumenta con la edad), que le fastidia cuando no logra el resultado que pretende y que, en definitiva, le hace mucho mejor salir y encontrarse con otros que estar sentado frente a la computadora, que como todos sabemos es caprichosa y siempre se sale con la suya.
Hasta aquí, ciertos aspectos de la cuestión, pero hay otros, más profundos, y es que el reproche a nuestros padres late en cada uno de nosotros, los hijos adultos, como respuesta inconsciente a aquellos años de larga dependencia infantil en que ellos decidían por nosotros, terciaban entre hermanos y nunca nos gustaba el veredicto, nos despertaban para enviarnos al colegio, decidían nuestros sí y nuestros no, y más tarde, aun cuando ya no lo hacían, dejaban plantada su posición y sus advertencias.
Pero también, cuando los hijos llegan a grandes se enfrentan con los propios errores y dificultades, con lo que hubieran querido hacer y no hicieron o no pudieron, cuestiones que suelen ser (engañosamente) más llevaderas si se puede pensar que fue por culpa de nuestros padres, que si hubieran sido más inteligentes, más comprensivos, más cariñosos o más lo que fuera, la historia propia habría sido mejor.
De vez en cuando renacen los reproches infantiles o, más inconscientes aún, las nostalgias del paraíso perdido del mundo prenatal, del suministro permanente. Nada faltaba sin tener siquiera que pedirlo.
Cuando esto sucede, nunca parece tarde para reprochárselo a los padres (incluso cuando ya no están) y así aliviarse de responsabilidades. Como si, más allá de la edad, los hijos siguieran guardando dentro de sí a aquellos adolescentes rebeldes y contestarios. Pero lo que incomoda del pasado no es posible modificarlo, por más que se les reproche a los padres. Si, en cambio, se admite lo sucedido como propio, quizá se podrá evitar la repetición de algunos errores con los hijos en el presente, aunque, de todos modos, alguna vez ellos también encontrarán, ya adultos, lo que tienen para reprochar a sus padres.
* Miembro de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA)

26 de febrero de 2020

La Revolución Senior

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Revolución Senior: la próxima batalla inclusiva

Es la última discriminación ‘socialmente aceptada’ y, a diferencia de militancias como la de género, aún hay poca conciencia y mucho prejuicio. Por qué en el futuro será distinto
No le digan a Julio Martinelli, un programador de 70 años, que la vida que lleva «está muy bien para su edad», porque lo más probable es que este comentario le parezca un sinsentido. «No me imagino haciendo otra cosa; me aburro en casa, y la mayoría de mis amigos, algunos mayores que yo, siguen trabajando como lo hicieron siempre», explica. Martinelli estudia dos horas todas las mañanas, para mantenerse actualizado, y se acaba de anotar en un seminario de otro lenguaje de computación, para cursarlo en breve en Europa.
Entre actividades en la universidad, en empresas y en organizaciones sociales, la agenda de Mercedes Jones, socióloga de 71, no es menos intensa. Jones estudia cómo la sociedad moderna estigmatiza, con valores sumamente negativos, a la gente adulta. Comenzó a interesarse por esta agenda en los últimos años de su madre, que falleció a los 96. «Veía cómo la acompañaba a un banco y me hablaban a mí, o cómo se dirigían a ella como si fuera un bebé, cuestiones que si uno lo piensa son sumamente ofensivas -cuenta la socióloga-. Tenemos en la Argentina un paradigma de la vejez que atrasa siglos, lleno de falsos conceptos, y se trata de la última discriminación ‘socialmente aceptada’, porque al contrario que en otras batallas inclusivas como la de género, aún hay poca conciencia sobre este tema». Ni siquiera, agrega Jones, reconocen el problema las propias personas adultas, las víctimas excluidas: tan profundo caló este estilo de pensamiento que se conoce como viejismo o edadismo (la discriminación por edad). O ageism en inglés.
La Nación Revista

25 de febrero de 2020

Que tienen de común la personas que viven 100 años?

Qué tienen en común las personas que viven 100 años?

(y no son la dieta sana y el ejercicio)
No tiene que ver con lo que ves en la foto.
BBC Mundo
15.12.2017
Si te preguntaran en qué crees que coinciden aquellos que llegan a vivir cerca de 100 años, seguramente contestarías que todos ellos siguen una dieta saludable y hacen ejercicio con regularidad.
Pero un estudio recién publicado en la revista especializada International Psychogeriatrics recoge una serie de características comunes más sorprendentes, entre ellas la testarudez.
Fue llevado a cabo por investigadores de la Escuela de Medicina de la Universidad de California en San Diego y la Universidad de Roma La Sapienza, quienes analizaron la salud física y mental de 19 habitantes de entre 90 y 101 años de Cilento, una subregión del sur de Italia conocida por la longevidad de sus vecinos.
Los participantes tuvieron que rellenar una serie de cuestionarios estandarizados y fueron sometidos a largas entrevistas en las que se conversó sobre migración, eventos traumáticos y creencias.
Los expertos también preguntaron a 51 familiares de estos, de entre 51 y 75 años, sobre los rasgos de personalidad de los participantes.
Estos los describieron como dominantes y testarudos.
Pero los investigadores descubrieron en los nonagenarios características como la resiliencia y la capacidad de adaptación ante los cambios, según se lee en el estudio.
«Los cambios traen vida»
«Estas personas pasaron por depresiones, tuvieron que migrar, perdieron a sus seres queridos», explica Dilip V. Jeste, decano asociado del Centro para el Envejecimiento Saludable y profesor de psiquiatría y neurociencia en la Universidad de California en San Diego, quien dirigió la investigación.
«Para poder seguir adelante, tuvieron que aceptar y recuperarse de aquello que no pudieron cambiar, pero también luchar por lo que sí podían», añade.
En ese sentido, uno de los participantes —cuyo nombre no se incluye en el documento —, contó a los investigadores cómo su mujer, con la que había estado casado 70 años, murió apenas un mes atrás y que estaba muy triste por ello.
«Pero gracias a mis hijos, me estoy recuperando y sintiéndome mejor. He luchado toda mi vida y siempre estoy preparado para los cambios», les dijo.
«Creo que los cambios traen vida y te dan la oportunidad de crecer».
Esta característica la comparten también los otros 28 participantes del estudio, así como una mirada positiva, una fuerte ética de trabajo y vínculos estrechos con la familia, la religión y el campo.
«Siempre pienso lo mejor. Siempre hay una solución. Es lo que me enseñó mi padre: haz frente a las dificultades y espera lo mejor», dijo uno de ellos durante una de las entrevistas, tal como se señala en el documento.
La mayoría de los que participaron en el estudio siguen siendo activos, hacen trabajos regularmente en sus casas y continúan labrando la tierra.
Según los comentarios de los expertos incluidos en la publicación, esto les da un propósito en la vida, incluso a una edad tan avanzada.
La paradoja del envejecimiento
Los especialistas también compararon la salud de estos longevos habitantes del sur de Italia con la de sus familiares más jóvenes, de entre 51 y 75 años.
Como era de esperar, la generación más joven estaba en mejor forma física.
Pero los expertos vieron que los mayores tenían más bienestar mental y obtuvieron mejores resultados en cuanto a confianza en ellos mismos y habilidades para la toma de decisiones.
Jeste lo denomina «la paradoja del envejecimiento».
Esto es, a pesar de que se deteriore la salud física, la calidad de la mental sigue siendo alta.
«Vimos que cuestiones como la felicidad o la satisfacción con la vida aumentaron, mientras los niveles de estrés y depresión se redujeron», explica el director del estudio.
«Es lo opuesto a lo que uno esperaría con la edad, pero esto demuestra que al envejecer no todo es miseria y desolación».
En ese sentido, uno de los participantes aseguró que no sabe «qué es el estrés». «La vida es lo que es y hay que hacerle frente siempre».
Y otro aseguraba: «Tengo que decirlo. Me siento más joven ahora que cuando era joven».
Este no es el primer estudio que se lleva a cabo con las poblaciones más longevas del mundo, las conocidas como Zonas Azules (Blue Zones, en inglés) desde que en 2005 la revista National Geographic dedicara su portada al reportaje titulado «Los secretos de una vida larga» de Dan Buettner.
Se trata de Cerdeña en Italia, la isla de Okinawa en Japón, Loma Linda en California (Estados Unidos), la península de Nicoya en Costa Rica e Icaria, una isla de Grecia cercana a la costa turca.
Sin embargo, las investigaciones realizadas hasta ahora se centraron en las características genéticas de estas poblaciones, su dieta y su salud física.
Esta es la primera vez que se aborda los rasgos de personalidad y la salud mental de los más longevos.
Analizarlos ayuda a los investigadores a entender mejor el proceso del envejecimiento, explica Jeste, y a determinar cómo se pueden mitigar o evitar los problemas de salud relacionados con la edad.
«También da a adultos de todas las edades y cualquier parte del mundo más información sobre qué pueden hacer para extender sus propias vidas», señala el director del estudio.
«No existe una única forma de llegar a los 90 o a los 100 años y tampoco creo que para hacerlo sea necesario un cambio radical de personalidad», señala.
«Pero esto muestra que hay ciertos atributos que son muy importantes, como la resiliencia, el apoyo social fuerte, el compromiso y la confianza en uno mismo», concluye.
http://www.bbc.com/mundo/noticias-42369595?ocid=socialflow_facebook

24 de febrero de 2020

Un estudio revela que la longevidad no viene con los genes

Un estudio revela que la longevidad no viene en los genes

Un estudio de Calico, la empresa de Google que investiga el envejecimiento, y el sitio de genealogía Ancestry mostró un resultado asombroso
A partir de la base de datos de Ancestry, Calico estudió más de 400 millones de historias de vida.
Calico, la empresa de Alphabet (Google) que intenta resolver el rompecabezas de la mortalidad, se asoció con Ancestry, la compañía que posee la base de datos más grande del mundo sobre historia familiar. Su objetivo: investigar hasta qué punto es importante del papel de los genes para determinar la longevidad de una persona.
Aunque la cooperación es secreta, los primeros resultados acaban de ser publicados en la revista académica Genetics. Y no son los que se esperaban.
El trabajo que dirigió Graham Ruby, bioinformático de Calico, analizó registros de más de 400 millones de personas que vivieron y murieron en Europa y los Estados Unidos desde el siglo XIX hasta el presente. Y halló que, aunque la longevidad suele ser un rasgo familiar, el ADN tiene una influencia muy inferior a la que se creía en la determinación de los años que vivirá alguien.
La longevidad tiene razones de mucha mayor incidencia que el ADN, reveló el trabajo.
"La herencia real de la longevidad humana en el grupo estudiado es probablemente de hasta el 7%", dijo Ruby a Wired.
Aunque las estimaciones anteriores oscilaban entre el 15% y el 30%, el trabajo de Calico y Ancestry sugirió que la selección de parejas por afinidades es un factor de mayor incidencia.
"El primer indicio de que podía influir algo distinto de la genética o un medioambiente compartido con la familia surgió cuando Ruby trató de investigar el parentesco político", señaló la publicación.
A partir de las leyes básicas de la herencia —cada persona recibe la mitad del ADN de su madre y la mitad de su padre—, repetidas a lo largo de las generaciones, la investigación observó el vínculo entre dos personas en relación a su tiempo de vida. Investigaron a padres en relación a los hijos, a los hermanos entre sí, a los primos. Las observaciones eran las predecibles, hasta que Ruby llegó a los parientes políticos.
"La lógica indica que uno no debería compartir bloques importantes del ADN con los hermanos del cónyuge", presentó Wired. "Pero en el análisis de Ruby, la gente vinculada por medio de un pariente cercano de la persona con la que se casó tendían a tener un tiempo de vida casi tan similar como el que tenían en relación con alguien vinculado por la sangre".
El científico comprendió que "aunque nadie había mostrado el impacto de la selección de parejas por afinidades hasta tal extremo, [el hallazgo] era coherente con el modo en que sabemos que se estructuran las sociedades humanas".
Eso no significa que no existan genes asociados al envejecimiento o enfermedades que se presentan con la edad. Pero revela que para identificar más de esos genes será necesario un poder estadístico mucho más grande que el que se creía. Además del factor biológico, será necesario abarcar el social.
El factor social se mostró tanto o más importante que el biológico para determinar la longevidad.
El factor social se mostró tanto o más importante que el biológico para determinar la longevidad.
Calico y Ancestry terminaron su colaboración con este estudio, pero la firma relacionada con Google puede utilizar los resultados para continuar sus investigaciones. Y aunque un vocero se negó a ampliar el tema con Wired, la moraleja de lo que se publicó en Genetics indica que "los humanos tienen más control sobre su tiempo de vida que sus genes". Parece que las otras cosas que comparten las familias ("hogares, barrios, cultura, cocina, educación, acceso a la salud") marcan una diferencia más grande.
La directora científica de Ancestry coincidió en que por el momento que "un término de vida saludable parece estar más en función de las elecciones que hagamos". Por ejemplo, hubo dos grandes bajas de la edad de muerte, identificables a simple vista en los datos de sus clientes, durante el siglo XX: entre los varones en los años de la Primera Guerra Mundial, y entre hombres y mujeres en las décadas finales, debido al tabaquismo.
"No hay que fumar y no hay que ir a la guerra", ironizó. "Esos son mis dos consejos. Y acaso dedicar tiempo a hacer ejercicio".

7 de febrero de 2020

La soledad crónica, un problema de salud pública

La soledad crónica, un problema de salud pública

La soledad es un problema de salud creciente
La soledad es un problema de salud creciente
En un mundo cada vez más interconectado tecnológicamente, el aislamiento y la exclusión social se han transformado en un problema de salud pública, con repercusiones importantes sobre la calidad de vida. Varios estudios han vinculado la soledad crónica y el aislamiento social con una mayor incidencia de enfermedades y un mayor riesgo de muerte prematura.

La medicina todavía no ha resuelto si es la soledad la que genera enfermedades o son las enfermedades las que nos hacen estar aislados, lo que sí está demostrado es la íntima relación entre ambas.

Un estudio reciente de la Brigham Young University ha evidenciado que la soledad y el aislamiento social incrementan el riesgo de muerte tanto como la obesidad y otro estudio publicado en la prestigiosa revista HEART por equipos de las Universidades de Helsinky y Upsala evidencia que la soledad incrementa el riesgo cardiovascular entre 1,4 y 1,5 veces, igual que el tabaquismo, el alcohol y el sedentarismo. Asimismo en un artículo publicado en la revista Harvard Business Review, el cirujano americano Vivek Murthy escribió que “la soledad y las conexiones sociales débiles se asocian con una reducción de la vida similar a la causada por fumar 15 cigarrillos por día e incluso mayor que la asociada a la obesidad”

Aumenta hasta un 25% la probabilidad de morir prematuramente por hipertensión arterial, infartos, obesidad, falta de vacunaciones, adicciones, violencia, depresión y demencia, diabetes tipo 2 etc. todas enfermedades que podrían estar mediadas por un aumento crónico de la hormona cortisol, liberada durante hábitos de vida que generan estrés crónico.
Parecería, según algunos autores, que la soledad tuviera una retroalimentación negativa mediada biológicamente, un perfecto círculo vicioso: cuanto más solas o solos estemos, más solas o solos vamos a querer estar y peor nos vamos a sentir. Paradójicamente, las redes sociales parecen confirmarlo, lejos de incrementar nuestro sentimiento de compañía lo disminuyen y mantienen nuestro nivel de estrés.

Cuando hablamos de soledad nos referimos aquella que no es deseada por el individuo y que genera aislamiento social, cuando esta situación se prolonga en el tiempo, en general más de 3 a 6 meses, se la denomina ̈soledad crónica ̈ y se caracteriza por sentimientos constantes y continuos de sentirse solo, alejado o separado del conjunto social, etc.

Un estudio realizado por investigadores de Irlanda, Reino Unido y Estados Unidos, demuestra que cuando la soledad se la clasifica en subtipos, se duplica el número de personas que reconocen sufrirla. Están hablando de la soledad social, que se distingue por la falta de satisfacción en la cantidad de relaciones sociales y la soledad emocional, que es la insatisfacción por la calidad de las relaciones humanas.
Steve Cole, un investigador de genética de la Universidad de California en Los Ángeles, autor de un estudio publicado en la revista Proceedings of the National Academy of Sciences (PNAS) demuestra que la soledad tiene efectos fisiológicos en nuestro organismo. Junto con Jhon y Stephanie Cacioppo, psicólogos de la Universidad de Chicago, realizaron una investigación llamada “Hacia una neurología de la soledad” en la que observan que el nivel de “toxicidad de la soledad es impresionante” y que “el aislamiento es uno de los grandes riesgos de la salud en la época actual”.

Uno de los resultados que publicaron fue que se producía un aumento de los genes que producían procesos inflamatorios y un descenso de la actividad de las células que combaten estas inflamaciones. A pesar de lo que se piensa, la soledad no solo afecta a personas mayores.
También afecta a niños, jóvenes, personas con discapacidad y enfermedades psiquiátricas crónicas. Hace un par de años, en Gran Bretaña se creó la Secretaría de Estado de la Soledad. De acuerdo a un informe realizado por la comisión Jo Cox sobre la soledad, había en ese país 9 millones de personas (14% de la población total) que se sentían solas. Asimismo, según ese estudio alrededor de 200 mil personas confesaban no haber hablado con nadie desde hacía más de un año.

En la Argentina, una de cada cinco personas mayores vive sola, según el informe de la Universidad Católica Argentina (UCA). Según el censo 2010, el 10,2% de la población argentina es mayor de 65 años, uno de los países con población más añosa de América Latina. Se calcula que en 2025 las personas mayores alcanzaría el 12,7% y en 2050 el 19%. Para esa época el número de personas mayores de 65 años será mayor a la cantidad total de niños y adolescentes menores de 15 años.
En la ciudad de Córdoba, el Centro de Promoción del Adulto Mayor (CEPRAM) funciona un programa de acompañamiento telefónico a mayores, una línea recibe llamadas. El 60 % de las consultas son personas que se sienten solas.

Las personas con soledad crónica tienen un nivel de demanda de los subsistemas de salud (público, seguridad social y privado) mucho mayor que la población que no la padece; esto obviamente se traduce en un aumento muy importante en los costos económicos de las instituciones de salud.
Es fundamental reconocer que el tema de la soledad crónica es un problema de todos. El otro problema que surge es qué ninguna profesión lo siente suyo, mientras todos saben quién hace el diagnóstico y quién la puede tratar, la soledad crónica, concibiéndola como un trastorno o factor de riesgo toca a muchos perfiles profesionales.

Las políticas de salud pública deben ser intersectoriales e interdisciplinarias, porque tienen que ver con la salud, la vivienda, el trabajo o desarrollo social, el esparcimiento, los espacios públicos etc.
La fragmentación del Sistema de Salud también impacta negativamente sobre esta población, en otras palabras hay infinidad de recursos nacionales provinciales, municipales, de las obras sociales y privados interviniendo sobre esta población, pero descoordinados y sin una única rectoría, esto hace más difícil el acceso y burocratiza mucho la atención.
Me parece que uno de los desafíos actuales es abordar desde el Estado esta problemática como lo están haciendo muchos países del mundo que están desarrollando estrategias amplias sin olvidar a las personas que ya están sufriendo.
* Médico sanitarista

6 de febrero de 2020

En el día Internacional del Alzheimer

Airam Ritha Flores en El Club de los Libros Perdidos
- Buenos días, señora Fanny.
- Buenos días joven.
- ¿Qué hace ahí parada? Se va a quedar usted congelada.
- Estoy esperando a mi hijo. Se fue a comprar pan hace un rato, pero parece que se retrasa demasiado... Añadió la anciana, consultando su reloj.
- No se preocupe, seguro que no tardará. ¿Le importa que le haga compañía?
- Gracias, no te molestes. Un joven tan guapo como tu seguro que tiene cosas mejores que hacer que acompañar a una vieja como yo. Alguna niña afortunada te estará esperando…
- No es ninguna molestia, se lo aseguro. Nos sentaremos en el banco del parque charlaremos y esperaremos…
Y Alejandro, como cada mañana, se sentaba junto a su anciana madre, esperando a un hijo que jamás estuvo ausente... Siempre lo tenía tan cerca…
En el Día Internacional del Alzheimer.

Que es el vértigo y como tratarlo

Buenos Aires, Argentina
miércoles 05.02.2020
  
 U24
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Pérdida de equilibrio, giros y desorientación: qué es el vértigo y cómo tratarlo

Son frecuentes los episodios de vértigo en las personas, aunque algunos los confunden con los mareos. Es importante saber diferenciarlos y tener un tratamiento adecuado para esta afección. Un consejo es que cuando se tiene un episodio de vértigo, hay que mirar a un punto fijo y permanecer sentado.
Por URGENTE24

¿Cómo se trata el vértigo?
Muchas personas confunden los mareos con el vértigo. En los primeros, uno se siente aturdido. El vértigo es cuando uno siente que, por ejemplo, la habitación gira a su alrededor. Es una sensación de movimiento propio o de lo que lo rodea. La persona suele sentir que gira o que todo gira alrededor de sí misma.

Se diferencia del mareo en que esta es una sensación de flotar, estar embarcado, o en el aire, que incluso puede afectar la cabeza produciendo sensaciones inespecíficas de embotamiento o de cabeza liviana o pesada. El mareo es el segundo motivo más frecuente de consulta a los médicos, después de la cefalea (dolor de cabeza)
.
Cuando uno padece vértigo corre mayores riesgos de sufrir caídas y suele no poder movilizarse. En las primeras crisis produce mucha inseguridad e incluso sensación de muerte inminente, aunque en el 70% de los casos es originado por algún problema en los oídos internos que no implican riesgo de vida alguno. También pueden producir náuseas, vómitos intensos, e hipertensión arterial o lipotimias (tendencia al desmayo) en las primeras crisis.
El consejo del Hospital Británico al padecer vértigo, es que es importante mirar un punto fijo para disminuir el movimiento ocular que origina esta sensación de giro y permanecer sentado o acostado para evitar el riesgo de caídas. A su vez, evitar incorporarse rápidamente de la cama, evita los riesgos de caída por vértigo posicional benigno, que es la causa más frecuente de vértigo en los adultos mayores y puede ocurrir espontáneamente sin síntoma alguno previo.

El vértigo también puede ser uno de los síntomas del Síndrome de Méniére (el 7 de febrero es el día de la concientización de esta enfermedad), que afecta al oído interno, tanto a la audición como al sentido del equilibrio. El principal síntoma es el vértigo rotatorio.
Se sugiere consultar al otorrinolaringólogo en caso de ocurrir un episodio de vértigo o de padecer mareos recientes o crónicos, para que se puedan descartar las causas más frecuentes de los mismos y consultar al neurólogo si padeció junto al vértigo alguno de estos síntomas: pérdida de conocimiento, dificultad para hablar, parálisis de los músculos de la cara, parálisis de alguna parte del cuerpo, o convulsiones.

4 de febrero de 2020

Que recordaran mis nietos

¿Qué recordarán mis nietos? La huella de los abuelos en la memoria, y en la vida

¿Cuál es tu recuerdo más añejo? Por qué para ellos no existe el pasado y otros secretos de la memoria durante la infancia.
16/01/2020 –
Clarín.com
¿Cuál es el recuerdo más añejo que guardás de tus abuelos? ¿Qué clase de anécdotas es la que más se repite en tu memoria? ¿Por qué son parte de nuestro presente aun cuando, quizás, los perdimos hace tantos años? ¿Por qué no recordamos lo que vivimos antes de los tres años? Y si no recordamos, ¿qué huella deja lo vivido?
Por qué para los niños no existe el pasado
El psicoanalista, doctor en filosofía y doctor en psicología Luciano Lutereau explicó a Entremujeres Clarín la diferencia que existe en infancia entre el recuerdo y la memoria: «Para los niños no existe el pasado. Hacen un uso amplio de la memoria, pero el tiempo pretérito no se constituyó aún como pasado. Por eso, cuando les preguntamos qué hicieron ayer o la semana pasada, muchas veces dicen ‘no me acuerdo’. No sólo esta respuesta demuestra el fastidio ante la pregunta inquisitoria del adulto, sino que explica incluso el motivo de ese fastidio».
Y detalló: «Para los niños aún no existe la historia, viven en un presente continuo -por eso puede ser que en cualquier momento traigan a cuento un episodio extemporáneo- que sólo concluye con la represión. La represión psíquica es lo que permite que haya recuerdos. ¿Qué es la represión? Es un proceso mental que introduce la relación con el tiempo, crea el pasado propiamente dicho. De ahí que no es raro (y es gracioso) que un niño de cinco años pueda decir: ‘Cuando yo era chico’. Igual antes, hacia los cuatro años, los niños empiezan a situar el tiempo como una serie continua, distinguen entre ‘antes’ y ‘después’ y, por ejemplo, pueden decir ‘ayer’ para referirse a algo de hace una semana; el primer sentido de ‘ayer’ es ‘antes’ -esto es algo que ya había destacado el psicólogo cognitivo Jean Piaget-«.
«Lo interesante es que esta constitución del tiempo introduce una idea de identidad personal: el ‘yo’ del niño, que antes era un mero vacío, fugaz e instantáneo, cobra un espesor y comienza a acompañar todas sus representaciones. Lo maravilloso, en último término, es que, con la adquisición de la forma del tiempo, surgen los contenidos de la vida moral. Es hacia los cuatro años que los niños comienzan a jugar con la ley y su transgresión, lo que se ‘debe’ hacer, así como cuentan lo que otro hizo y estaba mal, etc.», aseguró.
La construcción de la memoria y los recuerdos antiguos
“Cuando hablamos de memoria nos referimos a una serie de episodios específicos experimentados en el pasado. Esta habilidad requiere de una etapa de adquisición, una de almacenamiento y otra de evocación de la información”, sostuvo Teresa Torralva, doctora en neurociencias y directora del Departamento Neuropsicología de INECO, en conversación con Entremujeres Clarín.
Torralva aclaró que, si bien existen diversos tipos de memoria, en este caso, la protagonista es “la memoria episódica, que es la que almacena las experiencias y eventos personales, denominada también memoria autobiográfica”. Los recuerdos más antiguos relacionados con las experiencias personales se ubican alrededor de los tres o cuatro años, según indicó la investigadora. “Es a partir de esa edad que los niños son capaces de evocar memorias episódicas, aunque pueden únicamente recordar eventos aislados, con pocos detalles”, aseguró.
Pero, ¿cómo es posible evocar vivencias tan lejanas? Estos recuerdos, afirmó la experta, “estarían basados en fragmentos recordados de experiencias tempranas como, por ejemplo, un cochecito en particular, información sobre nuestra propia infancia o detalles obtenidos en fotos o relatos familiares. Luego, pasado el tiempo, esta representación mental o fragmento se vuelve una experiencia real al volver a la mente y recién ahí transformarse en una memoria real”.
En ese sentido, Torralva explicó: “En la niñez media, a los ocho años, los recuerdos se caracterizan por presentar mayor cantidad de detalles del cuándo, cómo y dónde, acompañados de autorreflexiones y emociones sobre el evento en sí. Pero es recién en la adolescencia temprana cuando se organizan los recuerdos con respecto a su contenido, significado y, fundamentalmente, al tiempo cronológico en pos de construir la historia de nuestra vida. De esta manera, a los doce años, las memorias comienzan a integrarse en un tiempo y espacio específico y, con el paso de los años, aumenta su organización en períodos de vida, en oposición con recuerdos aislados y fragmentados”.
La huella de lo vivido
A finales del siglo XIX, Sigmund Freud llamó «amnesia infantil» o «amnesia de la niñez» a la falta de memoria de nuestros primeros años y a los vagos recuerdos desde los tres hasta los siete años. Pero… Si no recordamos nada de esos primeros tiempos, ¿qué huella deja lo vivido? «Deja las huellas más profundas», asegura el especialista en niños y crianza a Entremujeres Clarín.
«Un niño es pura percepción, es decir, inscripción de huellas psíquicas que sólo se comenzarán a interpretar cuando se haya consolidado el tiempo y, por lo tanto, la capacidad de recordar. Al recordar, es posible modificar el pasado. Sin embargo, antes de que eso ocurra, las huellas psíquicas son principalmente sensoriales, sobre todo, olfativas y táctiles. No es raro que a un niño pequeño al que le cuesta dormir solo, alcance con darle una remera de su madre para que se quede tranquilo. La huella es condición suficiente de la presencia. Lo mismo ocurría hasta hace un tiempo con aquellas otras personas que acompañaban en la crianza, como los abuelas y abuelos».
Como en una de las escenas finales de la película Ratatouille, cuando el exigente crítico culinario queda maravillado por el plato que le prepara el inesperado chef, la rata protagonista, que le despierta el recuerdo de su infancia y el calor de hogar: «Las raíces más fuertes de nuestra infancia están hechas de olores y gustos que nacieron mucho antes de que fuésemos capaces de recordarlos», dice Lutereau.
Otro ejemplo es la novela de Marcel Proust, En busca del tiempo perdido, cuya historia se desencadena desde el recuerdo encendido al encontrarse con el sabor y el aroma de una taza de té y una magdalena que trae a la memoria las tardes en casa de la abuela.
«En última instancia, eso que llamamos ‘piel’ o ‘química’ con otra persona tiene su fuente en ese vínculo primario que es la antesala del desarrollo mental, que es la historia de nuestra vida antes de que hubiera empezado la historia», asegura Luciano.
El recuerdo de los abuelos
Los paseos, las estadías en su casa, los días que estuvieron al frente de nuestro cuidado, sus comidas, su compasión… Son tantos los momentos que un nieto vive con sus abuelos que es difícil mencionarlos en su totalidad. «El recuerdo de experiencias vividas con nuestros abuelos dependerá de muchos factores, entre ellos, cuándo, dónde y cómo fue la experiencia vivida con ellos», comentó la doctora en neurociencias. En ese sentido, aclaró que «el tipo de recuerdo y especialmente su valencia emocional es de vital relevancia».
Al mismo tiempo, la representante de INECO distinguió entre la huella que dejan las buenas y las malas experiencias: «Estudios han demostrado que los recuerdos de nuestra vida que recordamos con mayor precisión son aquellos que están ligados a una emoción, ya sea positiva o negativa, aunque especialmente positiva».
Por último, respecto a los abuelos y las abuelas resaltó que «probablemente recordemos todos aquellos eventos compartidos en la infancia y adolescencia temprana que nos haya hecho sentir alguna emoción».
En términos científicos, explicó que es así cómo «se activa nuestra amígdala (estructura cerebral relacionada con las emociones) que, junto con otras estructuras relacionadas con la memoria (hipocampo y corteza prefrontal), facilitarán la adquisición de la memoria y luego su posterior recuperación».
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La fuerza de Sara

La fuerza de Sara, una mujer entre dos infiernos: de Auschwitz a Madre de Plaza de Mayo

Vivimos durante más de tres años en el Gueto de Lodz. Ahí murieron mis dos hermanitos, uno de hambre y otro asesinado por los nazis. Un día de 1944 nos vinieron a buscar. Me acuerdo y me vuelve el miedo. Los alemanes nos sacaron de la casa y nos obligaron a subir al tren. Estaba con mi mamá y mi papá. No sabíamos para dónde íbamos, mucho después nos enteramos de que el destino era Auschwitz-Birkenau.
Clarín
24.1.2020
Sara Rus -Sarenka, en aquel entonces- no lleva tatuado el número en su brazo. Ese que los nazis le grababan a los que eran llevados a los campos de concentración y exterminio, como una de las tantas maneras que utilizaban para hacerles sentir a las personas que dejaban de serlo. Es que para el año en el que ella arribó a Auschwitz-Birkenau, también conocido como Auschwitz II, “no llegaban a tiempo”. “La intención era mandarnos directo a las cámaras de gas. No alcanzaban a marcarnos”, señala Sara desde el living de su departamento de Colegiales.
Tiene 92 años pero, cuando intenta ponerle palabras a lo que vivió durante el Holocausto, vuelve a ser la nena polaca de 12 que vio más de lo que cualquier nena puede soportar a su edad.
La primera imagen que le viene a la mente es la de su violín hecho pedazos en el comedor de su casa natal, en Lodz. “¿Así que te gusta el violín?”, le dijo un soldado alemán que entró por la fuerza. Ella respondió que sí y el hombre lo reventó contra la mesa.
Con ese detalle empezó la Segunda Guerra Mundial para Sara, su lucha por sobrevivir y salvar a su madre. También comenzó su historia de amor y la ilusión de un futuro en la Argentina, donde otra vez terminó siendo víctima del terror. En 1977, durante la última dictadura, los militares se llevaron a Daniel, su primer hijo. “Desapareció. Nunca supimos qué le hicieron”, sigue Sara, que ahora pide sacar de su cartera el pañuelo blanco que la identifica como Madre de Plaza de Mayo.
Una ilusión entre alambres de púa, armas y muerte
En 1940 tuve que dejar mi casa para mudarme al gueto. El lugar estaba rodeado de alambres de púa y soldados armados. Había que hacer colas enormes por un pedazo de pan o un poco de verdura. Vivía con mi familia en una habitación y empecé a trabajar a la par de los adultos en una fábrica de sombreros. Cada tanto, los nazis se llevaban gente. Elegían a los más flacos. Mi mamá estaba bastante deteriorada. Por eso, cada vez que venían la vestíamos con varias capas de ropa para que no la subieran al tren.
En el gueto no se vivía, se sobrevivía. “Separaban a los padres de los hijos. Ese era mi mayor miedo, que se llevaran a Clara, mi mamá. Allá adentro nacieron y murieron mis dos hermanitos”, relata Sara con una entereza que sorprende. El primero falleció a los 3 meses: “Era un bebé hermoso, murió de hambre”. Y dice que su mamá “tuvo un segundo niño, que fue asesinado por los nazis”.
En medio de esa oscuridad profunda, Sara encontró el amor. Con Bernardo se conocieron un domingo. “Era el único día que no se trabajaba en el gueto. Mi papá se hizo amigo y lo invitó a nuestra casa. Yo todavía no tenía 15 y él ya 25. Nos miramos y nos gustamos. Hablamos de Argentina, ‘un país joven’ donde yo tenía un tío. El me dijo que había leído sobre Argentina y que también quería ir”, recuerda Sara y sonríe.
Pusieron fecha: 05/05/1945. “Si seguimos vivos para ese momento, te espero en Argentina”, le dijo él.
Izquierda o derecha y la “fortuna” de hablar alemán
Un día de 1944 nos subieron al tren. Viajamos como animales, todos aplastados y casi sin aire. No sé por cuánto, perdí la noción del tiempo. A mi papá lo perdí cuando nos bajaron y nunca más supe de él. Con mi mamá caminamos juntas hacia Auschwitz-Birkenau. Un soldado gordo mandaba a izquierda o derecha de una fila. Los más delgados iban hacia la izquierda, era el camino hacia la muerte. Para ese lado le tocó a mi madre. Me acerqué desesperada al soldado y le dije en alemán que me la estaba sacando y que quería estar con ella. Hablar su idioma hizo que la dejara cambiar de fila.
En el ingreso al campo de concentración, a Sara la desnudaron y le sacaron todo lo que tenía. Le cortaron sus trenzas y empezaron a revisarle la cabeza en busca de piojos, ahí perdíó de vista a su madre. “De acá no salgo”, pensó.
“Me llevaron a unos baños, yo lloraba y gritaba ‘mamá, mamá’. Había humo y lluvia, todo era angustia y desesperación. Me encontré con una mujer pelada en el piso: ´¿No viste a mi mamá?´, le pregunté. ´Yo soy tu mamá´, me respondió”, sigue Sara. Traga saliva y hace silencio. Cambia el tono: “No reconocí a mi madre”.
Después vino un abrazo y “la felicidad” por seguir vivas y juntas en medio de ese infierno.
La ayuda de un ángel en Auschwitz-Birkenau
Las noches en Auschwitz eran terribles. Dormíamos apretujadas con mi mamá para soportar el frío dentro de las barracas. A las 3 de la mañana nos levantaban para contarnos. Y se llevaban mujeres, filas de mujeres. Cada día podía ser el último. Nosotras siempre quedábamos atrás. “Debe haber un ángel que nos está protegiendo”, decíamos. Tuvimos suerte.
No hay palabras para describir Auschwitz, dice Sara, sobre el campo de concentración y exterminio nazi donde se calcula que fueron asesinadas un millón cien mil personas, en su gran mayoría judíos.
“Hambre, muerte, llanto, gritos, dolor. Era rogar que no te tocara estar al final de una fila de 10 por un sorbo de sopa, la única comida del día. Era recibir un baldazo de agua fría si te escuchaban murmurar”, detalla Sara. Después de eso, hace otra vez silencio.
De un infierno a otro y a uno más hasta el 05/05/1945
Necesitaban mujeres para trabajar en una fábrica de aviones y nos eligieron. Así salimos de Auschwitz-Birkenau. Y de ahí nos llevaron a otro campo de concentración en Austria: Mauthausen. Mi madre estuvo de nuevo al borde de la muerte. Los Aliados nos liberaron el 05/05/1945 y yo pensé en Bernardo. Me acuerdo de los americanos llorando como bebés al ver tanta gente desnuda y desnutrida, tirada en el suelo.
Para ese entonces, Sara pesaba 26 kilos y su mamá, 28. “No todos pudieron recuperarse. Muchos comían y se morían. Los cuerpos no toleraban el alimento. Yo estuve 3 meses solo con suero. No lograba probar bocado”, cuenta Sara.
Su mamá mejoró pronto, consiguió comida y unas ollitas, que Sara todavía conserva en su casa de Colegiales: “Decidió cocinarme las sopas que me hacía de chica y así volví a comer. Costó mucho pero un día me paré de nuevo, otro caminé, me empezó a crecer el pelo. Todo eso pasó dentro del mismo campo que se transformó en refugio. Esa vez, ella me salvó a mí”.
Carta para Sarenka
“¿Quién me escribe?”, pensé cuando se acercaron con el sobre “para Sarenka”. Lo abrí y empecé a leer. Y, por la sorpresa, tuve que releer. Era Bernardo, me decía que había sobrevivido, que estaba enamorado de mí y que no iba a casarse con otra, que me estaba esperando en Polonia. Mi mamá quería que viajáramos a Israel, yo le dije que nos íbamos a Argentina.
El reencuentro fue en Lodz. “Lo vi hermoso. Tenía botas y gorra rusa. Yo había conseguido un tapadito y una boina. Él me dijo: ‘te venís conmigo’, pero no estábamos casados. Entonces un amigo suyo nos puso la mano en la cabeza, nos preguntó si queríamos quedar unidos en matrimonio, dijimos que sí y nos declaró ‘marido y mujer’, ”, sigue Sara, que ríe y asegura que el falso rabino era “un sinvergüenza”.
Volver a sentirse un ser humano
Recién cuando dejé Polonia volví a sentirme un ser humano. Estuvimos en un campo de refugiados de Alemania, en el que nos casamos por civil. Después viajamos junto con mi madre hasta Francia y de ahí nos fuimos en avión a Paraguay. Perón no dejaba entrar a los judíos a Argentina así que mi marido envió una carta en polaco que se ve que tradujeron. Respondió Eva Perón y nos mandó pases para entrar al país.
Por primera vez, Sara tuvo unos años de paz. Con Bernardo se instalaron en Villa Lynch. Tuvieron dos hijos, Daniel y Natalia. “Mi marido empezó a trabajar en el rubro textil y pudimos mandar a nuestros chicos a una primaria y una secundaria excelentes”, dice Sara y destaca que ella fue aprendiendo a la par de sus nenes. “Es que en Europa no tuve la posibilidad de hacer la escuela. Todo lo que incorporé fue gracias a una amiga de mi madre que me daba clases en el gueto”.
Los años felices, con sus hijos, Bernardo y Clara, se terminaron con el Golpe de Estado de 1976.
“Mamá, están desapareciendo personas”
El 15 de julio de 1977 Daniel Lázaro Rus, mi hijo, tenía 25, casi 26. La misma edad que Bernardo cuando nos conocimos. Era fanático de las Ciencias Atómicas y ya se había recibido de físico en la UBA. Un año atrás, había entrado a la Comisión Nacional de Energía Atómica. Estaba viviendo su sueño. Ese día fue a trabajar y un grupo de militares se lo llevó junto a otras 17 personas. En Casa de Gobierno me dijeron que no entendían por qué me preocupaba, que “seguro se había ido a pasear con una chica”. En Plaza de Mayo me encontré con otras madres que estaban en la misma situación, llevaban pañuelos.
Daniel se había comprado un coche y lo primero que pensó Sara fue que había tenido un accidente en la calle. Pero no. Una semana antes, los militares habían secuestrado a uno de sus amigos. “Mamá, están desapareciendo personas”, llegó a contarle.
“A los pocos días se llevaron a Daniel: jamás supimos qué pasó, dónde estuvo, qué le hicieron. Lo buscamos muchísimo. Yo me uní a las Madres Línea Fundadora”, suma Sara. Y cuenta que su mamá, que sobrevivió a Auschwitz y Mauthausen, no soportó perder a su nieto: “Su salud empeoró mucho cuando desapareció mi hijo, ella falleció al poco tiempo”.
Pide su billetera, la abre y muestra dos fotos que lleva a todos lados. En una está Daniel, morocho y de ojos grandes con sus eternos 25; y en la otra, Bernardo, de joven, también morocho y con sombrero. “Mi marido murió unos años más tarde, después de luchar contra un cáncer de pulmón”, dice mientras acaricia la imagen.
Sara según su nieta: legado y memoria
Mi abuela es la sopa de verdura casera que me hacía de chica, es la persona que me enseñó a festejar y ver lo positivo de las cosas. En mi infancia, pensaba a mis abuelos como inmigrantes. Cuando no querían que los entendiera hablaban idish. De más grande, sumé la idea de sobrevivientes. Con el tiempo, ella me pudo contar y yo me animé a preguntar y escuchar.
Paula Scheinkopf es nieta de Sara y Bernardo. Nació en democracia, en 1984. Vivió Auschwitz y la dictadura militar argentina a través del relato de su abuela. Estudió Filosofía y colaboró en el documental La Memoria y Después (2018), sobre la historia de Sara.
“Trato que transmitir lo que ella vivió no se transforme en un deber, busco que sea una decisión de todos los días. Su testimonio está, mi intención es convertirlo en algo que tenga impacto en el mundo que me rodea”, reflexiona Paula, que es mamá de Nicolás, de dos años y medio. Y espera para dentro de poco a una nena. Le va a poner Clara.
Vivir para contarlo
Hasta mis últimos días voy a seguir contando lo que me tocó vivir. Hacerlo duele, pero es necesario para que no se repita. Para eso también está el Museo del Holocausto. En Argentina tenemos uno de los más importantes del mundo y es algo que celebro. Todos deberían ir, conocer, saber lo que ocurrió. Necesitamos memoria. También verdad y justicia para que nadie tenga que pasar por lo que pasé. Por los seis millones de judíos exterminados en la Shoá.
Sara asegura que, a pesar de todo, está “agradecida a la vida”. “Por llegar hasta acá, a los 92 años, lúcida y con una familia hermosa”, resalta. “En varios momentos creí que no iba a poder, que todo se acababa, que era el final. Y no fue así. Hoy disfruto el día a día y la posibilidad de compartir con mi hija y mi yerno, mis nietas y bisnietos. Ellos son el triunfo del amor sobre el odio, mi mejor regalo”, cierra.
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